Puede parecer que la ternura es blandengue, o que evoca el ternurismo, que quizás repele. O que es aplicable solo a nuestras relaciones con los niños, o en la intimidad. Sin embargo, bien sabemos que lo débil y lo tierno vencen lo duro y lo fuerte, con mucha facilidad. Mi abuelo también lo decía: “con miel, y no con hiel”.
La ternura es la que puede generar la paz y la solidaridad en la fragilidad del otro. Es espectacular la ternura que vemos que expresamos hacia los animales domésticos (pienso sobre todo en el perro). ¡Quién sabe si nos podríamos pensar cómo traspasar esa actitud, en la medida humana, a las relaciones con las personas!
Quiero soñar con la ternura como paradigma de cuidado a los mayores, expresado de mil maneras. La quiero pensar en el cuidado a las familias, incluso a las que nos parecen difíciles, sin juzgarlas, sino afrontando como desafío el cuidado tierno. Quiero pensar la ternura para con los enfermos de alzhéimer, y los que se encuentran al final de la vida! ¡Qué potencial!
Ternura en nuestros saludos, en nuestras respuestas; ternura cuando añadimos algo a lo que dice el otro en las reuniones. Ternura al tratar a las Instituciones y quienes las representan en espacios de gobierno, ternura hacia los Centros. Ternura en los gestos, en las miradas, con las visitas, con los alumnos, con los recursos materiales.
Cultivar la ternura es un modo de respetar y apuesto porque nos devuelve satisfacción y bienestar, aunque parezca que un itinerario de ida o una propuesta ética. Es un paradigma ético, también de sensatez. Centros de atención y salud: lugares de ternura, libres de violencia, también en las palabras, en las que decimos por detrás, con las que creemos que nos crecemos atacando. Ternura de primavera.
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