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Retorno de la muerte (digital)

Escribí un libro sobre “duelo digital y coronavirus”. Le estoy quitando el virus, porque, en realidad, lo había comenzado antes de la pandemia. La muerte, en efecto, para quien no se muere todavía, se digitaliza. No así para el moribundo que, en el mejor de los casos, lo hará más confortablemente, si tiene el lujo de acceder a los recursos de cuidados paliativos.

En los últimos años, los ritos mortuorios están caracterizados por una progresiva simplificación, privatización, disimulación, reducción o incluso desaparición. La vida urbana, con sus exigencias relativas al tiempo, el espacio, la rentabilidad y el lucro, y la reducción de la familia al grupo formado por la pareja y sus hijos, han modificado apreciablemente los ritos de antaño.

Encontramos ritos simplificados que se limitan a reunir a algunos amigos íntimos para orar en común, otros que se han vuelto obsoletos (como el acompañamiento del moribundo y el prolongado velatorio del cadáver), y otros que han sido sencillamente prohibidos, como el paso del cortejo fúnebre por el centro de la ciudad. En una sociedad dominada por una creciente aceleración de los ritmos de vida, el propio rito mortuorio queda reducido a su mínima expresión, de forma que el tiempo de duelo se acorta, las señales públicas se difuminan y ni las casas ni los cuerpos se visten ya de negro.

Surge entonces un nuevo tipo de muerte estrechamente vinculada a una sociedad que ya no tiene pausas y en la que todo sigue como si nada muriese. Ya nada señala en la ciudad que ha pasado algo: el antiguo coche fúnebre negro y plata se ha convertido en una banal limusina gris, insospechable en el oleaje de la circulación. La consecuencia de todo ello es que los actos ligados a la muerte dejan de ser una manifestación pública de la despedida y una lenta digestión compartida del dolor por la pérdida para convertirse en un acto de trámite —‘hoy vamos de entierro’—, lo cual resta eficacia al rito y enmascara y reduce la muerte a un hecho altamente mecanizado, reglamentado y profesionalizado. Es el espacio abierto a la digitalización del duelo y sus manifestaciones.

 

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