Año publicación: 2006
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Ya no es posible participar en un congreso relacionado con cualquier especialidad del mundo sanitario, donde no se escuche varias veces el reclamo del concepto de salud propuesto por la OMS en 1946. Los conferenciantes desfilamos citándola, (“estado de completo bienestar físico, mental y social, y no sólo ausencia de enfermedad o dolencia”), como habiendo descubierto la gran novedad: la salud no es sólo ausencia de enfermedad.
De este modo, unos y otros, haciendo alarde de un gran paso adelante, reconocemos que el vivir humano no es sólo biológico, y que estar sano no es lo mismo para el hombre que para el animal, con el que podemos compartir mucho de nuestro funcionamiento orgánico. Nos hacemos cargo así de la dimensión subjetiva, autónoma, libre y responsable en relación a la salud.
Y es que, conceptualizar la salud de alguna manera, no es algo baladí. De ello depende, en buena medida, cómo entendamos las relaciones con nosotros mismos (con nuestro cuerpo, con nuestra mente…), con los demás y con Dios, para el creyente.
Si un objetivo es clave en las relaciones de ayuda, ése es promover la salud; promover la máxima experiencia de salud en sentido holístico, integral. Pero, ¿responde la definición de la OMS a este objetivo?
Paseo por las definicionesDaría para un estudio sesudo y en profundidad. No lo haremos. Pero algunas definiciones recogidas de aquí y de allá presentaremos.
Salleras Sanmartí la definía así en el año 1985: “El logro del más alto nivel de bienestar físico, mental y social y de capacidad de funcionamiento dentro de los factores sociales en los que vive inmerso el individuo y la colectividad”. Interesante reclamo el que hace a algo más de lo que hacía la OMS hablando de “estado”. Sanmartí se refiere a capacidad de funcionamiento y reclama la dimensión social, no sólo la individual en la experiencia de bienestar.
Ivan Illich, en Nemesis Medica la define como “la capacidad del individuo y del grupo de ejercitar el arte de vivir, con sus lados oscuros (los del arte de sufrir) y con sus lados luminosos (los del arte de gozar): es decir, la capacidad de integración del individuo en una cultura visible”. No es poco referirse a la salud como “arte”; y no sólo arte relacionado con el bienestar, sino también con el arte de sufrir. Así, se puede dar la situación paradójica de que, examinada la vida humana desde el punto de vista meramente animal, no exista salud y, sin embargo, considerada desde el punto de vista humano, sí que pueda decirse que la hay. Y de la misma manera, es frecuente encontrar diálogos que reflejan esta aparente paradoja. A la pregunta de cortesía sobre el estado de salud, una persona puede responder: “Estoy bien; bueno, con los achaques propios de la edad, pero estoy bien”.
En un interesante encuentro celebrado en Francia, conocido como el congreso de médicos de Perpignan, en 1978, se referían a la salud como “un modo de vivir autónomo, solidario y gozoso”. En relación a la definición de la OMS, daban el salto a modo de vivir, no a estado y a la experiencia subjetiva de gozo, también relacional, traducido en preocupación por el semejante.
No menos interesante la definición de Tremblay Jean Claude, al referirse a la salud como “estado de bienestar resultante de una armonía física, psicológica y espiritual del ser humano”. Es la armonía la que se convierte en categoría de referencia, armonía en las diferentes dimensiones de la persona. Y la armonía es la unión y combinación de sonidos simultáneos y diferentes, pero acordes, al menos en el ámbito musical, donde “bailan las notas de la vida personal y social”.
Diego Gracia Guillén se refiere a la salud como “capacidad de posesión y apropiación por parte del hombre de la propia corporeidad”. Es una clara referencia al protagonismo biográfico sobre algo más que el propio cuerpo; sobre la propia persona en su dimensión relacional.
No sólo podríamos recorrer definiciones que nos hacen pensar sobre el concepto de salud, sino también caer en la cuenta de cómo el término lo utilizamos para referirlo a ámbitos como “salud mental”, “salud sexual”, “salud reproductiva”, “salud alimentaria”, “salud animal”, etc. En cualquier caso, lejos de marear la perdiz con el concepto, caminamos hacia una toma de conciencia de que la salud, no puede reducirse al silencio de los órganos del que sólo nos damos cuenta cuando no está (porque hay ruido = enfermedad). Reclama la autonomía y la responsabilidad.
Reclamando la autonomíaEn efecto, aunque existan pequeñas molestias o malestares, no necesariamente alcanzan éstos a impedir la experiencia de salud de una persona. Una persona que tenga algunas alteraciones físicas o psicológicas leves (como puede ser una ligera inestabilidad de la articulación del tobillo o una leve ansiedad pasajera) puede, en muchas ocasiones, desarrollar su vida normalmente. Dependiendo de la actividad que desempeñe, estas alteraciones, que serían enfermedad en el animal, pueden constituir o no enfermedad en esa persona.
La constatación de esta realidad ha llevado a numerosos autores a concluir que la salud es algo subjetivo, que depende solamente de la apreciación del sujeto. Esta conclusión aporta un aspecto importante, a la vez que limitado, puesto que la salud no depende exclusivamente de cómo se sienta el sujeto, sino más bien del modo como consiga vivir –incluidos los límites- cada persona su realidad limitada. He ahí la autonomía o la dimensión subjetiva: en la tarea, en el arte de gestionar la propia vida con sus funciones y disfunciones, en cada una de las dimensiones de la persona, desde la dimensión física a la mental, a la relacional, emocional y espiritual.
Promover la salud, así, se convierte en una responsabilidad de cada uno de nosotros para con nosotros mismos, para con los demás, para el entorno presente y el que construimos para el futuro.
Lejos de este modo de pensar, aquellos estilos relacionales que encontramos en urgencias de un hospital, en internamiento o en atención primaria, en los que el agente así llamado “de salud” se limita a controlar parámetros para constatar alteraciones biológicas o funcionales e intentar restaurar – reparar la avería producida en la máquina del cuerpo humano. Vicio cómodo y deshumanizador que deja amargo sabor de boca a quien, con ocasión de la enfermedad, desearía hacer experiencia de relaciones sanas con los profesionales de salud que merecieran este nombre.
Las relaciones de ayuda en salud, si se sigue la idea de la OMS, tendrían un objeto parecido a la veterinaria: arreglar las lesiones físicas de modo mecanicista, como se realizan en el taller los arreglos de los coches, y conseguir que el paciente se sienta a gusto.
La definición de la OMS, pues, además de ayudarnos, nos limita. Es obvio que es una definición incorrecta, sesgada, y potencialmente generadora de una atención clínica mala, que consistiría en promover el sentirse bien a toda costa como en el hipotético “mundo feliz”.
Las relaciones de ayuda en salud no serán entonces la aplicación ciega de unos patrones fisiológicos ideales que hay que restaurar, como quien repara una máquina. Son, en primer lugar, diálogo auténtico con el paciente y su familia o allegados, conocimiento de éstos como personas, con una originalidad vital con la que se interactúa y se hace experiencia saludable de encuentro. Han de ser relaciones sanas.
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