Si no nos hemos vuelto mudos, los humanos nos hacemos preguntas ante el sufrimiento, y las formulamos a los semejantes. Son preguntas que hablan de nuestra naturaleza, de nuestro ser espirituales, de los que es propio interrogarse.
No encuentran respuesta, salvo en los atrevidos irreverentes ante el misterio. Quienes lo manosean, reduciéndolo a problema, se atreven con explicaciones racionales o pretendidamente espirituales. El misterio busca ser vivido, compartido, formulado, atravesado, no ser resuelto.
El camino sanador en el sufrir pasa por las “dos orejas y una boca” de Zenón de Elea, por la escucha que expresa la competencia narrativa que algunos logran, integrando modelos humanizados de acompañamiento y counselling. Pero es cierto también que somos desafiados a decir una palabra, a usar la retórica como lugar de encuentro de palabras que consuelan, que alivian. Serán solo las que materializan la compasión genuina, las que alcancen el corazón del sufriente que busca liberación y hospedaje.
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