Hace unos días he tenido la oportunidad de impartir una conferencia a la hospitalidad de Lourdes de una diócesis. Una vez más, al prepararla y mientras la impartía, caía en la cuenta de lo que para mí es el sentido de una verdadera peregrinación. Se puede ir a un lugar y quedarse en el autobús, sin bajar. O se puede ir al santuario de Lourdes y no darse cuenta de que al entrar, el gran letrero dice con letras preciosas: "Par Marie a Gesù". Algo así como si una voz de lo alto dijera: "Aquí no es. Peregrina a Jesús". Y esta es para mí una buena motivación para reflexionar: peregrinar al corazón del enfermo en el que se encuentra Jesús sufriente. Peregrinar bajándose el autobús, es decir, entrando. Y la mejor peregrinación es la que podemos hacer con la escucha auténtica, con las sagradas "patenas" (orejas) con que contamos para acoger el sufrimiento del corazón roto de quien está enfermo o vive alguna discapacidad o duelo.
Peregrinar sí, pero al corazón de los seres humanos ante los que hay que arrodillarse con sagrado respeto y, con mucha frecuencia, guardar silencio y escuchar, contener las frases típicas con las que con mucha facilidad podemos herir al otro. A este tipo de peregrinaciones, me apunto. Son muy costosas, muy aparatosas, porque requieren técnicas y actitudes que a uno le descolan del propio bienestar y, en ocasiones, le evocan la propia vulnerabilidad de sanador herido a la que también hay que peregrinar para sanarla y vivir en paz.
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