Narrar es un buen método para acercarnos a lo intrincado de la vida humana, a su complejidad. Narrando nos damos cuenta de que somos más que biología.
Somos biografía. Las narraciones nos ayudan a aclararnos, porque contando historias nos contamos a nosotros mismos, damos sentido, le ponemos sentido a la vida, a nuestro mundo.
Por medio de las narraciones que contamos y nos cuentan, aclaramos nuestra propia vida, nos liberamos, buscamos salud.
En las ciencias biomédicas estamos perdiendo buena parte de la narrativa. ¡Qué hermosos son esos equipos multidisciplinares que se someten a la disciplina –valga la redundancia- de escuchar con intereses variados, donde lo subjetivo, lo relacional, lo familiar, lo espiritual, lo psicológico, lo cognitivo, es acogido entre los indicadores de lo biológico. Hay algún paraíso, como los equipos de cuidados paliativos, que son ejemplares y modelo humanizador para otras especialidades de la medicina.
Solo que escuchar narraciones compromete. Nos planta ante una verdad más grande y consistente que la biológica. Nos sitúa ante una verdad biográfica, ante un enfermo, ante un mundo. Y en él, el profesional de la salud, ve un espejo que le grita: “tú también eres de los míos, de los vulnerables, de los mortales. Aunque vayas vestido de esa manera que quizás crees que te endiosa, eres de los míos, herido, aunque te presentes como sanador”.
Entrar por el camino de la narrativa es humanizar, es reconocerse sanadores heridos. Si no negamos nuestra herida, quizás no nos pase como a Quirón, que no podía curarse a sí mismo. Quizás tengamos posibilidad de hacer algo también por nosotros, para vivir saludablemente también la propia vulnerabilidad, las propias heridas.
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