Dejarse motivar es un ejercicio de humildad, como lo es dejarse cuidar. Alber Jovell, médico humanista que pasó por la experiencia del cáncer, hablaba del riesgo de la soberbia del sano, la que genera una sensación de prepotencia cuando estamos bien, que dificulta también la humildad suficiente para dejarse motivar por el prójimo.
De la soberbia del sano se da cuenta particularmente el enfermo. Da lugar a dinámicas de narcisismo y de descuido de la actitud compasiva, ritualizando numerosas conductas que pueden llegar a deshumanizar la atención a las personas necesitadas, así como construir espacios de desmotivación en el entorno, de desierto motivacional.
La arrogancia y la soberbia son actitudes que nos llevan a actuar como si aquello que les pasa a los demás no nos fuese a pasar nunca a nosotros. Así, la visible inmadurez de algunos terapeutas se presenta como una barrera a toda motivación hacia la humildad y hacia la superación de las formas dispáticas o apáticas propias de estos escenarios. Jung dirá que solo acompañamos a donde hayamos llegado, de modo que el proceso de madurez personal nos permitirá descubrir en la automotivación a la humanización un camino de interés también para uno mismo.
Cuando el médico enferma –paradigma en cierto sentido-, se ve obligado a aceptar la condición de paciente y experimentar las debidas transformaciones de orden personal, profesional… Por eso encontramos figuras relevantes que, desde la experiencia del enfermar, son capaces de salir de manera resiliente y convertirse en referentes de motivación para colectivos profesionales.
No es de menor dificultad el que sufre el “síndrome del mesías” o sensación de omnipotencia en las intervenciones de ayuda. Antes o después, se topa con la impotencia y el límite, con la necesidad de encontrar estímulos motivacionales para seguir en los roles de ayuda que, en ocasiones, desmotivan.
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