La palabra tiene un poder impresionante. No solo en la política, en la conversación entre familiares, compañeros y amigos, sino también en las profesiones biomédicas. La palabra sana.
Laín Entralgo le ha dedicado una gran atención en La curación por la palabra en la antigüedad clásica. Parecería una cuestión nostálgica, propia de la medicina pre científica. Sin embargo, sabemos que no hay proceso diagnóstico, ni adherencia al tratamiento, ni consuelo, ni esperanza… sin que medie la palabra.
Decía Freud que la ciencia moderna aún no ha producido un medicamento tranquilizador tan eficaz como lo son unas palabras bondadosas”. Y la sabiduría judía expresaba su deseo así: que las palabras sean “lámpara a nuestros pies, luces en nuestros senderos”.
Hay palabras que reprenden, corrigen, humillan, dividen, producen chismorreo. Pero hay palabras también que confortan, consuelan, empoderan, clarifican.
Nos clarificamos hablando y nos clarificamos también escuchando, porque con frecuencia el que escucha también es sanado por el otro. Que somos sanadores heridos, nadie lo duda.
¡Que vuelva la retórica, el entrenamiento en oratoria, el amor por la palabra! Pero que vuelva también en las profesiones biomédicas. Su ausencia da pena.
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