El historiador Giorgio Cosmacini, en su obra sobre San Camilo, original por ser un biógrafo especialista en salud, médico, profesor de Historia de la Ciencia, a propósito de la humanización afirma:
"¿Cómo se pasa de la indignación a una reacción constructiva, y de esta a una acción reformadora? El camino comienza, ante todo, siendo consciente de que el hospital debe reestructurarse a medida del hombre (hoy diríamos “humanizarse”), puesto que el hombre enfermo es el destinatario natural (y sobrenatural) de los cuidados que dispensa. El hombre enfermo es el fin último, o primero, por el que han surgido los hospitales. La primera “humanización” es la higiénico-asistencial, que debe ir de la mano con la administrativo-organizativa, pues la “fábrica de la salud” -como se denomina al hospital renacentista- exige el buen funcionamiento de cada una de sus partes, al igual que sucede con la “fábrica del cuerpo humano”, convertida en el objeto de la nueva ciencia anatómica”.
Los destinatarios de esta humanización deben reinventarse. Camilo no es médico, y su mirada no se posa sobre los homines novi de la medicina, con quienes mantiene un respeto recíproco. Su idea es la de formar un grupo autónomo de oración y de trabajo que con el ejemplo haga fermentar la conciencia y la figura de los enfermeros en general, los cuales deben ser los “hombres nuevos” con los que renovar la actividad asistencial”.
Sin duda, estamos ante una gran clave del significado de la humanización, en un ámbito muy concreto: el de la atención directa a los enfermos en los hospitales, concebida de la mano de unos protagonistas concretos: los enfermeros, en su concepto de la época, el siglo XVI, en que eran los cuidadores, sin la distinción que haríamos hoy.
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