Hay palabras nobles y con densidad, como: hola, gracias, perdón, adiós, por favor… que determinan mucho de la salud de las relaciones. Pero hay también palabras que buscan ser consuelo eficaz. Freud dijo: “La ciencia médica no ha inventado todavía una medicina tan eficaz como pocas palabras amorosas”. Y es que, la palabra es bálsamo, valida, embelesa, calma, hace olvidar o recordar, insufla ánimo, genera sentimientos, con ella se gobierna… La palabra crea, hace ser…[1]
Las palabras elevan y hunden, construyen y destruyen. Con ellas se mueven los sentimientos, los corazones, las voluntades. Se pueden usar para formar o deformar, para informar, manipular o coaccionar. Las palabras refuerzan y hacen sentir al otro fuerte o aumentan la fragilidad y el sentimiento de vulnerabilidad. Dan miedo. Las palabras acercan a las personas construyendo puentes o alejan construyendo muros y abismos. Las palabras pueden ser un canto que embelesa y estimula el corazón o pueden provocar consecuencias devastadoras, terroríficas, o acciones terapéuticas.
En la mitología griega encontramos a Pehithó, que se ha traducido vaga e impropiamente por “persuasión”. Pehithó es retórica, erótica, filosofía, poética, política. Pertenece a reyes, amantes, a los que cuentan relatos y quieren mantener la atención de su público. Los antiguos griegos sienten y observan que hablar bien es, a la vez, saber y poder, hasta el punto que el “bienhablante” es equiparable a ser un hombre con poderes mágicos. De ahí que Pehithó –la persuasión- fue acompañante de Eros en su sentido de eficacia psicológica y social de la palabra. Se considera a la palabra como antítesis de Aranke, la fuerza.
[1] BERMEJO J.C., BELDA R.Mª, La persuasión. Las palabras en las relaciones de ayuda, Sal Terrae, Santander 2023.
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