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Ética y duelo

Lo sabemos. Lo dice todo el mundo: “nadie se lleva nada”. Con la muerte, dejamos todo aquí, para los demás. Todo lo material.

Es la primera enseñanza ética que podríamos extraer del duelo. Es probable que tengamos resistencia a sacar las implicaciones para nuestra personal vida cotidiana, porque el apego a las cosas tiene mucha fuerza, y se alimenta a sí mismo, creciendo hasta donde cada uno es capaz de acumular.

Nadie se lleva nada. Lo vemos particularmente quienes trabajamos con personas al final de la vida y con personas en duelo. Lo vemos en los procesos de duelo, en los que también este se complica para hacerse con lo que nos dejan los fallecidos, o para deshacerse de ello, que también se convierte en una dificultad. Tanto más si de lo que se trata es de repartir lo que han dejado.

Nadie se lleva nada. Todo se queda en la vida. Tanto luchar en vano, dirá Antonio Machín en su canción “nadie se lleva nada”. Tanta ambición, ¿para qué? La lección está servida para buscar sentido a la vida, manejando los bienes con vínculos y proporciones saludables.

 

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