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¿Es posible gestionar humanamente?

Autor: José Carlos Bermejo Higuera

Año publicación: 2006

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En los casi 20 años liderando –gestionando- este proyecto llamado “Centro de Humanización de la Salud” me he encontrado, con cierta frecuencia, la resistencia a cuanto tuviera que ver con la humanización en el ámbito de la gestión, apelando a la incompatibilidad de los mismos términos: humanizar y gestionar. Como si estuvieran realmente reñidos. Como si el primero evocara la cara blanda, amable e ideal y el segundo la cara dura, desagradable y realista del mundo de la salud.

Casi se llega a tener la sensación de que gestionar sea sólo manejar recursos económicos, y que las exigencias de las leyes de la productividad y los ojos centrados en la cuenta de resultados, fueran la verdadera clave de la gestión. Y con ésta “clave” en forma de “piedra” se tropezara uno siempre.

Gestión y humanización

Cada vez más las grandes empresas, son conscientes de que la gestión tiene mucho que ver con la parte “blanda”, con las personas, no sólo con los números. Y en el mundo de la salud, como en tantos otros, personas son los que prestan los servicios, los que los reciben de manera tan directa que es sobre sí mismas, sobre su vulnerabilidad.

Las organizaciones que gestionan salud buscan algo que, a igualdad de calidad y de precio, haga más atractivo sus servicios, más confortable su recepción, más personalizada la atención. Están convencidas de que la identificación explícita con valores éticos puede ser el punto que marque la diferencia y poder así competir. En el mundo de la empresa esto ha dado paso, entre otras cosas, a caminos como lo que se denomina “dirección por valores”, dentro de la ética de la empresa.

Pero, no nos engañemos, en muchas ocasiones, el deseo de humanizar o la presentación de los valores de la organización, el destino de fondos a fines sociales y tantas otras cosas, a veces no son más que un modo más de “lavarse la cara”, presentarse como solidarios y, en el fondo, competir o presumir políticamente.

En nuestro país, afortunadamente, la gestión de la mayor parte de cuanto tiene que ver con la salud es pública con pretensión de universalizar los servicios y hacerlos igualitarios a todos los ciudadanos. Pretensión sólo, ya que tales valores se mantienen como ideales y se hacen difíciles de alcanzar con las diferencias de accesibilidad entre el ámbito rural y el urbano, entre unas regiones y otras, entre islas y continente, etc.

Es cierto que podríamos dibujar oscuro el paisaje, lamentándonos sobre la deshumanización, dirigiendo la mirada a los que gobiernan y a los que gestionan los programas y servicios de protección de la salud. Sin embargo, hemos de reconocer que, además de lamentarnos, la tarea de humanizar es universal y que humanizar no es incompatible con la gestión. Antes bien, es éste un ámbito privilegiado de humanización. Cuando se relaciona la humanización exclusivamente con la calidad del trato, con la personalización en las relaciones de cuidados, no se hace más que una reducción, sobre todo si se piensa en que humanizar es dotar las relaciones de los profesionales con los usuarios de un cierto toque de cariño y ternura, de afabilidad y cordialidad.

Sin duda, todas estas características de la relación son genuinamente humanas y pertenecen al corazón del significado de humanizar. Pero estas mismas características se han de desplegar en la gestión, es decir, en el diseño de los planes de prevención y de asistencia, en la definición de prioridades, en la distribución de los recursos materiales y humanos, en el pensar los espacios de atención a los usuarios y de trabajo para los profesionales, en el trabajo interdisciplinar, en la investigación…

Gestión y ética

El mundo de los negocios –y así es pensado y gestionado el de la salud en ocasiones- se ha desarrollado, desde sus comienzos, en torno a las teorías positivistas de Comte, centrando el análisis de la realidad en los hechos e ignorando el campo de los valores.

Durante mucho tiempo, los gestores y empresarios se vieron a sí mismos como dedicados a una actividad moralmente neutra. Se trataba de buscar la eficiencia en las actividades empresariales, sin tener en cuenta los fines que se pretendían o los medios para conseguirla.

Hoy somos mucho más conscientes y reflexivos sobre ética de las organizaciones. Nos sentimos más sensibles y responsables de los valores que se juegan en todos los ámbitos de la salud. Desgraciadamente muchos aspectos de la política sanitaria no se planifican con criterios éticos. Los propios médicos, muchas veces, se encuentran en tensión entre dos estilos de ejercicio, uno gobernado por los valores y su concreción en el compromiso con el paciente, y otro dictado por criterios políticos economicistas, o incluso por los propios intereses egoístas o corporativos, que se concretan en normas de gestión ajenas al mundo de los valores.

Por eso, gestión sanitaria y práctica de las profesiones sanitarias tendrían que verse siempre como dos niveles complementarios de actuación. Su nexo de unión está en la identidad que proporcionan los valores compartidos por ambos mundos, que no dejan de apoyarse siempre en la dignidad intrínseca de todo ser humano, desde el que gestiona, hasta el que investiga, hasta el que asiste o cuida, hasta el que recibe los cuidados o quien queda afectado por ser un familiar de cualquiera de los anteriores.

Es evidente que las consecuencias de una institución sanitaria sin referentes éticos nunca son neutras. En el campo de la salud, quizás por efecto paradójico, cuando un médico indica una prueba diagnóstica, está gestionando recursos económicos. Cuando lo hace mal por no haber escuchado bien o por miedo a represalias o por el sentimiento que produce contar con muchos controles, está malgastando recursos y amenazando el equilibrio del sistema. Cuando es resolutivo saludablemente y atiende personalizadamente a los pacientes y familias, puede encontrarse con que con que le consulten más –incluso innecesariamente-, hasta un punto que puede llegar a la saturación y a convertir en inviable el mismo sistema porque los propios pacientes con sus expectativas planteen problemas nuevos.

No es fácil gestionar. No es fácil establecer prioridades con criterios de igualdad y accesibilidad, partiendo del hecho de que los recursos son, en todo caso, limitados, además de ser escasos en algunos ámbitos.

Por eso, cuanto más conscientes somos de la relación entre gestión y humanización, más responsables hemos de ser en el reto de impregnar el mundo de la salud de lo más genuinamente humano.

Vislumbrando humanización

Afortunadamente, cada vez más escuchamos hablar de la necesidad o el compromiso por humanizar el acceso al hospital, o la atención en el parto, o los cuidados intensivos, o los horarios de visita, o la atención pediátrica hospitalaria, o la relación médico-paciente, o el morir mediante la promoción de los cuidados paliativos, etc. Asimismo, cada vez más oímos hablar de horarios anti-estrés, de prevención del burn out, de salario emocional para los trabajadores, de motivación, etc. Contamos también con planes de humanización de la asistencia hospitalaria, tanto a nivel estatal como en algunas autonomías (llamados en otras “de confortabilidad”), o leyes (limitadas ¡cómo no!) como la ley de cohesión y calidad del Sistema Nacional de Salud.

Tendremos que reconocer, una y mil veces, que en todos los intentos por humanizar, el paciente y su familia habrán de ser el eje del sistema sanitario, la meta clave de la sanidad.

En estos momentos, nadie pone en duda la realidad del mundo de los valores también en las empresas. Por tanto, parece recomendable suscitar una reflexión que culmine con la manifestación explícita de los referentes éticos que han de orientar la actividad. Si el sistema sanitario está centrado en conseguir la salud del paciente, un objetivo prioritario tendrá que ser la humanización de la asistencia frente a la cosificación de la misma a la que abocan algunos criterios de gestión que ignoran el mundo de la ética. Tendremos que comprometernos todos en construir una sociedad/mundo sostenible para todos, donde haya nuevos equilibrios y aparezcan nuevas relaciones más a la medida de nuestra dignidad.

Humanizar el mundo de la salud exige, por tanto, que tanto pacientes y familias como los componentes de los equipos sanitarios y todos los actores del sistema se sientan tratados y realizados en relación a lo que estamos llamados a ser: personas.

Humanizar la salud y la asistencia sanitaria en particular es, pues, labor de gestores, profesionales y pacientes. Los tres son responsables directos del funcionamiento del sistema, y del hospital en particular, aunque desde vértices distintos. En el marco estructural del hospital se deben dar las condiciones necesarias para proporcionar una relación estrecha entre el profesional y el paciente. La calidad de esa relación vendrá determinada por la aplicación de la medicina o enfermería basada en la evidencia científica para solucionar o mejorar el proceso de enfermedad y por otro lado en esa atención directa, humana e integral del paciente, que bien podría llamarse medicina y enfermería basada en la afectividad inteligente.

Una vez más, quiero soñar con actores protagonistas del mundo de la salud expertos en algo más que lo que proporcionan los conocimientos sobre la biología humana o la ingeniería financiera. Sueño con personas apasionadas, diligentes, responsables en un mundo realmente complejo: el de la condición humana vulnerable y solidaria para con la vulnerabilidad del prójimo. Sueño con personas con mucho corazón, de ese que ve y es sabio. Sueño con profesionales competentes a nivel técnico, sí, pero también relacional, emocional, ético y espiritual.

 

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