Año publicación: 2011
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En crisis, es la hora de los cuidados paliativos. El día 9 de octubre se celebra el día mundial de los cuidados paliativos. Afortunadamente se está desarrollando progresivamente este enfoque que mejora la calidad de vida del enfermo y la atención a las familias que se enfrentan a los problemas asociados con enfermedades avanzadas. Se desarrollan a través de la prevención y el alivio del sufrimiento por medio de una temprana y completa evaluación para el tratamiento del dolor y demás problemas físicos, psicológicos y espirituales.
España inició su andadura explícita en los años ochenta, tras las huellas del movimiento hospice de Inglaterra, iniciado por Cicely Saunders en los años sesenta. Actualmente son más una filosofía de trabajo que una mera especialidad de la medicina o unos servicios o equipos especializados para las enfermedades avanzadas.
Pero el desarrollo en nuestro contexto todavía es insuficiente. Muchos enfermos, muchas familias, de manera diferente en distintos lugares de nuestra geografía y del mundo, no se benefician de ellos. Aún persisten planteamientos curativos y derroche de tecnología en situaciones en las que procederían los cuidados paliativos. En el empeño de que esta cultura se difunda y de que los servicios aumenten hasta cubrir las necesidades, trabajamos muchas instituciones.
La escasez de recursos en general, y la tan grave situación de crisis que estamos pasando, en particular, no pueden, en modo alguno, ser un argumento válido para la no instauración de recursos de cuidados paliativos, sino precisamente una solución de rentabilidad, que debería pasar por la optimización y equidad en el uso de los mismos haciéndolos accesibles a más personas.
Los cuidados paliativos son una respuesta ética óptima para promover un modo humanizado de concebir el morir humano de manera digna. Pero es que además, son un camino ideal para el ahorro económico en el sistema sanitario. También por ello son una respuesta ética adecuada.
Es sabido que las personas que reciben cuidados paliativos tienen una reducción en la gravedad de síntomas como el dolor, la debilidad, el insomnio, la ansiedad. Y quienes los reciben (pacientes al final de la vida y familiares), suelen valorar el trato recibido, del que se esperaban más humanidad que alta competencia científico-técnica, muy bien. Basta ver los resultados de las encuestas o las cartas en los periódicos próximos a los lugares donde están ubicados tales recursos.
Nuestra crítica situación financiera nos plantea la pregunta sobre si este tipo de servicios y sus implicaciones va a ser promovido o recortado. Lo haga el signo político que lo haga, no podrían entenderse recortes en el campo de los servicios sociales y de salud en general, mientras no se realizan recortes en otros ámbitos donde hacerlos contribuiría incluso a la humanización de la sociedad. No digamos si pensamos en lo relativo al gasto en defensa. O en cuanto significa la representación institucional que, aunque pueda considerarse el chocolate del loro en muchas ocasiones, su recorte cumpliría una función pedagógica en la cultura e incide –¡cómo no!- en la cartera… Pero lo que no podríamos entender es que afectaran a los cuidados paliativos si no es a la alza, al aumento de los mismos.
Despertarse casi de repente con el anuncio de que no hay dinero en el cajón y amanecer a los pocos días con situaciones próximas a poner a los ancianos de centros residenciales en la calle, con el anuncio de que disminuyen recursos sanitarios y la accesibilidad y prestaciones de una manera vertiginosa y brutal puede que no responda a razones de la inteligencia intelectiva, esa propiamente humana, pero mucho menos a razones de la inteligencia compasiva y ética ( y financiera).
Sí, es cuestión de prioridades. Pero también de modo de gestionar los recursos limitados y, cada vez más, escasos (siempre comparativamente con nosotros mismos, no con la mayor parte del mundo en desarrollo, claro está). Y en el caso de los cuidados paliativos sabemos que constituyen un importante ahorro para el sistema. Su despliegue adecuado comporta, según estudios concretos realizados para analizar la eficiencia económica, importantes ahorros.
La existencia de cuidados paliativos y su uso racional, disminuyen ingresos hospitalarios largos y de alto costo, evitan realizar tratamientos innecesarios, disminuyen la posibilidad de caer en encarnizamientos terapéuticos, disminuyen el número de enfermos en fase avanzada de la enfermedad que acuden a los servicios de urgencias, dejan de hacerse muchas pruebas diagnósticas inútiles y tratamientos innecesarios. Y esto es tanto si se promueven los cuidados paliativos domiciliarios como si se promueve el uso de las plazas (muy insuficientes todavía) de cuidados paliativos existentes en hospitales y en instituciones de servicios socio-sanitarios, como pueden ser residencias de mayores u otros centros.
Está demostrado que la asistencia en el domicilio de un paciente con enfermedad terminal, a partir de un equipo de cuidados paliativos apropiadamente entrenado, implica un costo que es tres veces inferior al costo que implica el ingreso en una sala general de hospital de un paciente en condiciones similares. Y lo mismo sucede cuando el internamiento se produce en estructuras que cuentan con unidades de cuidados paliativos adecuadas, no necesariamente hospitalarias. Es obvio: en situación de crisis, es la hora de aprovecharla para hacer mejor las cosas. Es la hora de la promoción de los cuidados paliativos.
Quiero soñar con una cercanía de la razón de la cabeza y de la razón del corazón, en el modo de atender a cuantos viven el final de su propia vida y la de sus seres queridos. Deseo pensar que, reconociendo la vida en abundancia que rezuman los programas y servicios de cuidados paliativos, la alta dosis de humanidad experimentada en sus programas y servicios y la eficiencia que constituyen dentro del sistema, no vayamos a vivir el morir de manera más indigna debido a la crisis. Espero no ver la racionalidad tecnológica –con sus dinamismos irracionales- o la racionalidad economicista –despistada de la eficiencia dada por la ética-, generar estragos en torno a la gestión de los recursos destinados a los programas y servicios para personas al final de la vida.
Ahorremos, sí, ahorremos encarnizamiento, invirtamos en cultura de hablar del morir, invirtamos más en paliar síntomas y en acompañamiento integral, en formación sobre paliativos, que es más barato. En esta línea están comprometidas en España diferentes instituciones religiosas, con unidades de cuidados paliativos en sus centros socio-sanitarios, normalmente concertados con la sanidad pública (motivo por el cual la eficiencia aumenta aún más), así como con equipos de apoyo psico-social apoyados por la obra social Fundación La Caixa (treinta equipos en España).
Sencillamente, es la hora de los paliativos. Para tiempos de crisis es de sentido común.
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