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Elogio de la carne

“El cielo es la carne; el infierno, el alma”, escribía Alejandra Pizarnik, escritora argentina, intentando con estas palabras no desprestigiar el alma en ningún sentido, sino ponderar el valor de la corporalidad como espacio de receptividad y emisión de bondades presenciales.

La presencia, el tacto, la caricia -siempre bidireccional- son un valor que nos permite hablar de gozo y ternura encarnadas, en su bondad. Como también es en el cuerpo donde nos duele, donde nos cansamos, agotamos, sufrimos, deliramos o alucinamos. Todo encarnado, hasta la resurrección.

Pongo mi esperanza en que sigamos haciendo del cuerpo un cielo, una posibilidad de encuentro, de una naturaleza tan particular, que ningún pixel podrá semejarse, ningún producto en dos dimensiones o apariencia de tres, alcanzará a tener el valor de la presencia física, carnal, humana, habitada, como realmente siempre se entendió la physis, nunca reductible a lo meramente biológico.

Por algún motivo también ya hay quien reivindica “contra el autocuidado”, elogiando la caricia. ¡Brindo por la carne!

 

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