¡Qué bien, poder arrepentirse y pedir perdón! Es saludable hacerlo, tras la conciencia del daño. Quizás hay una cierta urgencia en hacerlo para superar la tendencia a negar los poderes del mal en nuestra vida personal y colectiva. Generar daño destruye la salud, hace sufrir evitablemente, aleja del bienestar y disfrute de la belleza del bien.
La única posibilidad que se vislumbra en el horizonte para salir del atolladero del daño que somos capaces de hacer, es la dinámica del perdón. El perdón no borra el pasado, tampoco lo transforma, porque lo que pasó es irreversible. Pero el perdón tiene el poder de imaginar un futuro distinto y de crearlo gozosamente, abriendo la puerta a una vida nueva, a un horizonte que no esté empañado por los errores del pasado.
El perdón es la esperanza de quien ha hecho mal y dañado a otros. El perdón solicitado, el perdón deseado, el perdón como confianza de la generosidad de la víctima, el perdón como espacio de esperanza en algo nuevo, a pesar del pasado.
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