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El mundo convertido en tanatorio

Quizás la muerte de ninguna otra persona en el mundo genera tanta tertulia, tipo tanatorio, como la muerte de un papa. Como si todos estuviéramos en una sala de velación, comentamos y escuchamos las tertulias unos de otros, porque si hay alguien de quien todos pueden opinar, es del papa, en cualquier sentido.

El proceso del duelo, en un primer momento, tiene como objetivo la aceptación de la realidad y la socialización del impacto. La muerte de un individuo, del papa Francisco en este caso, es también un hecho social, afecta a un grupo. Cuando no es así es un drama: el drama de la soledad y el abandono.

Y mientras preparamos los rituales que honrar la dignidad del difunto, los deudos construyen tertulias. Si una característica les es propia, es la idealización: “qué bueno era”. Es un modo de mostrar reconocimiento, de nombrar el legado, pero también un modo de empoderarse. Los deudos aprovechan del difunto para mostrarse. Quizás con fotos, quizás identificando valores compartidos, quizás presumiendo de experiencias vividas personalmente con él. Lo hacemos todos. El doliente quiere ser alguien en el duelo, afirmarse por sus vínculos.

Mientras tanto, algunos, como en todas las familias, tienen que estar pendientes de cómo será la vida sin él, que es otra tarea del duelo: qué haremos con sus cosas (empezando por su cuerpo), quién hará lo que él hacía, cómo garantizar que su legado espiritual no se disipa, cómo aprovechar los procesos iniciados para llevarlos a convertirse en sueños cumplidos.

Es hermoso participar del duelo colectivo porque, como es propio de la muerte, hacemos experiencia de comunión. La muerte une a la sociedad, no solo en torno a los ritos (presente), sino también en torno a la narrativa (pasado) y a los proyectos (futuro) que se han de encarar con madurez.

 

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