La palabra deliberación ha entrado en espacios con autoridad. Evoca procesos y saca del escenario al paternalismo. Abre al diálogo y busca la prudencia. Reconoce la participación y el respeto de diferentes valores. ¡Bienvenida deliberación! Antes hablábamos también de discernimiento, de la mano de maestros de espiritualidad. Es bienvenida con el nombre que le abramos la puerta.
Extraña es, no obstante, la deliberación invocada en el proceso que marca la ley y los desarrollos de la ley de la eutanasia. Un proceso en el que el punto y final es la negación de toda hipótesis de cambio. Tras su ejecución, no hay más. No digamos en los casos de enfermedad como alzhéimer, para los que la deliberación se reduce al parecer del médico tras lectura de las voluntades anticipadas.
Deliberar es un proceso de diálogo, de encuentro competente, de discernimiento a la búsqueda del bien, que, con frecuencia, se ofusca tras motivaciones espurias, agendas ocultas, faltas de narrativa suficiente, de exploración de la experiencia subjetiva del vivir o de la experiencia de conflicto.
Sería muy bienvenida una formación en profesiones biomédicas, de psicología y espiritualidad, que ayudara a los futuros profesionales y a los que ya lo son, a realizar saludables procesos de deliberación, siempre y solo tras la escucha profunda del ser humano, cuya naturaleza y condición no se reduce a física y química.
La deliberación ha de moverse entre encuentro argumentativo, hospitalario, acogedor, interpretativo, bañado de emociones y sentimientos que bailan una melodía siempre nueva.
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