Hay que comprender empáticamente a todos, hay que aceptar incondicionalmente a todos, hay que dejar ser a cada uno sí mismo, auténtico. Y además hay que validar sus sentimientos, promover su expresión, respetar sus ritmos, escuchar activamente, personalizar de una y mil maneras... Y, si no lo pensamos bien, con este modelo de acompañamiento, nos cargamos la humanidad.
Puede que durante años, algunos modos de presentar el counselling, se hayan quedado pobres, diría esqueléticos, por no llegar a trabajar el mundo de los valores, la necesaria confrontación, la legítima persuasión, la provocación y reclamo de la dimensión ética, de la cultura del esfuerzo y del sacrificio en aras a una vida no solo ordenada al sentir, sino a esa inteligencia cordial zubiriana que incluiría el deber, no solo el bienestar primero.
Me apunto a corregirme, si he caído en ese error. Me apunto a reclamar los valores como claves en los encuentros de relación de ayuda. Me apunto a reclamar la conciencia como instancia de moralidad, iluminada también en el diálogo, para discernir ponderadamente, no solo para escuchar "lo que me hace sentir bien". Me apunto a evocar ese deber que procede de un saberse religados (también a Dios), que genera solidaridad y no solo autocompasión.
Construyamos un mundo mejor, pero con dimensión ética.
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