Blog

Cuerpo muerto

La muerte de quien hemos amado profundamente es sobre todo la muerte de una presencia que tiene una forma singular e insustituible: su cuerpo. El primer lugar que se pierde, cuando desaparece el otro, es, en efecto, el lugar de su cuerpo.

Ese cuerpo ya no está. No es visible en su ser. Ha entrado en otro lugar o en ningún lugar, pero es seguro que se ha ido para siempre. A pesar de haber sido el país más visitado por nosotros, del que hemos podido reconocer todos los rincones, del que hemos asimilado durante años toda su geografía, es como si ahora me fuera brutalmente prohibido el acceso a él. El país que he amado tanto, el país del cuerpo del fallecido, ya no existe. Ha sido borrado de todos los mapas. Eso es lo que experimentamos en el duelo. No hay manera de devolver la presencia sensible al cuerpo que ya no está con nosotros. Ya no es el cuerpo que he amado, ya no puedo estar nunca en ese lugar.

El dolor por el cuerpo del ser querido muerto es un dolor que quita la respiración porque reduce la vida a un dolor. Es atroz. No es solo vivir el dolor de la pérdida, sino vivir la propia existencia como dolorosamente perdida.

La nostalgia se muestra en su aspecto de añoranza y con su cara de gratitud. La presencia del cuerpo del muerto constituye una presencia advertida entre nosotros. La nostalgia agradecida nos libera del querer volver atrás y nos abre generativamente al futuro. Sepultar el cuerpo muerto nos abre a esta esperanza.

 

VOLVER