¡Y tanto que es complejo! Vivimos más, nos hacemos mayores, pero mayores mayores. La edad no es criterio para nada, pero la cronicidad avanzada sí. El envejecimiento no es un problema, sino una buena noticia transformada en un reto; el problema es cómo logramos añadir vida a los años.
La cronicidad llena las consultas de atención primaria, que reaccionan ante la depresión y el sueño. La cronicidad no está desencadenando suficiente respuesta presupuestaria de las administraciones. No ponemos verdad en las consecuencias de que el ingreso de muchos mayores en hospitales genera discapacidad debida al encamamiento. No terminamos de aceptar que la polifarmacia está pidiendo des-prescripción. No salimos al paso de la discriminación producida por el código postal que define dónde vivimos.
Y, mientras tanto, las plazas residenciales se conciertan a precios irrisorios en relación a lo que cuestan en el servicio público, describiendo modelos residenciales hacia los que caminar sin presupuestos para ello. Complejidad ¡ya lo creo! También en los discursos en torno a ella y en las fáciles palabras, con frecuencia políticas.
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