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Sexualidad y counselling

Autor: José Carlos Bermejo Higuera

Año publicación: 2006

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He tenido la oportunidad de acompañar a diferentes parejas que no conseguían tener hijos, después de desearlo durante años y esperarlo como momento de crecimiento, de apertura y realización como tal. He podido apreciar cómo se entretejen algunos hilos en el corazón de mujeres maltratadas, he trabajado con enfermos de sida... Algunas de estas personas, piden ayuda; no sólo al médico –quizás buscando fecundación artificial, fármacos… sino a otros profesionales de las relaciones de ayuda.

Médicos, enfermeras, trabajadoras sociales, asistentes espirituales, y otros profesionales, se encuentran en el ejercicio de su profesión con la necesidad de abordar cuestiones relativas a la vida sexual de las personas.

Situaciones diversas

No son sólo los ginecólogos o los profesionales de los centros de planificación familiar o disfunciones sexuales los que tienen que abordar expresamente el tema de la sexualidad en las profesiones de salud e intervención social.

Si repasáramos brevemente algunas situaciones, nos daríamos cuenta enseguida de la variedad de ámbitos. Pensemos en quienes acompañan a las víctimas de los malos tratos, algunos de los cuales tienen lugar también en las relaciones sexuales. Pensemos en quienes han decidido abortar o en quienes se acercan al Centro de Salud buscando la conocida “píldora del día después”, algunos de los cuales son menores de edad. O cuanto tiene que ver con la prevención de la infección o re-infección del VIH y otras enfermedades de transmisión sexual. Pensemos en las repercusiones sobre la vida sexual de muchas enfermedades y tratamientos: sexualidad y Alzheimer, sexualidad y discapacidad física, sexualidad y enfermedad mental, consecuencias de tratamientos que afectan a la experiencia del placer o interfieren en la autoimagen (mastectomía, colostomía, por ejemplo). Pensemos en los problemas que encuentran algunas familias pobres en el acceso a recursos (culturales, técnicos) para ser responsables en la paternidad, en los embarazos no deseados o producidos bajo el efecto del alcohol o las drogas…

Se diría que uno no puede ser profesional y no querer saber nada de la vida sexual de los demás. Al fin y al cabo, se trata de una cuestión muy personal y privada. Sin embargo, no es así.  Con las dificultades que nos genere, con el pudor que experimentemos, con la incomodidad que generemos, la sexualidad ha de ser objeto de una particular y delicada atención.

También la Organización Mundial de la Salud se ha interesado por la salud sexual, y la define como «la integración de los aspectos físicos, emocionales, intelectuales y sociales de los seres humanos en formas que sean enriquecedoras y realcen la personalidad, la comunicación y el amor». Además, la OMS afirma que “son fundamentales para este concepto el derecho a la información sexual y el derecho al placer”.

Violencia, coacción, discriminación, temor, vergüenza, culpabilidad, creencias erróneas y falta de conocimientos en materia de sexualidad son barreras para la salud sexual a las que muchas personas en todo el mundo, especialmente mujeres, deben hacer frente. Pero los expertos en relación de ayuda pueden acompañar en el abordaje de forma respetuosa de los aspectos de sus vidas que puedan impedirles lograr una salud sexual óptima.

Algunas dificultades

En contextos donde se dan cita las creencias, tanto del agente ayudante como de la persona ayudada, pueden surgir dificultades añadidas. Y no sólo porque en materia sexual algunas instancias religiosas se muestren con una mirada más que sospechosa y quizás desconocedora y, por si acaso, conservadora a ultranza.

Las dificultades surgen también porque está en juego la experiencia de la culpa. La culpa sexual no surge sólo por cuestiones culturales o religiosas, sino también psicológicas. Surge porque lo sexual tiene un carácter totalizador, abarcante. En lo que tiene que ver con la sexualidad, por ser tan totalizador, se siente que se toca a Dios o se atenta contra El, porque toca la vida. Por eso la sexualidad en las religiones, siempre tiene los máximos tabúes o la gran vinculación religiosa. Meterse con la sexualidad puede ser vivido como “usurpar algo”. La sexualidad nos hace sentir que estamos en campo de alguien porque no entendemos todo, porque se despiertan cosas que no sé, que se nos escapan y nos trascienden... y entonces, se tiende a relacionar rápidamente con la divinidad. Esto es lo que hace tan proclive a los grandes tabúes o a ser canal de lo divino en la religión.

No vamos a esconder el inevitable influjo que ejerce la propia vida, la propia opción sexual, la propia tendencia sexual, los propios problemas personales en el ámbito de la sexualidad, sobre las relaciones de ayuda. Algunos extremos ya los preveía incluso Hipócrates, cuando en la fórmula del Juramento (año 460 a.c.) para los galenos, se decía: “En cualquier casa que entre, no llevaré otro objeto que el bien de los enfermos; librándome de cometer voluntariamente faltas injuriosas o acciones corruptoras y evitando sobre todo la seducción de las mujeres o de los hombres”. Vieja y sabia fórmula que será siempre de actualidad para cualquier profesión de ayuda.

Algunos retos

No es fácil, sin duda, situarse en un mundo tan cambiante para todos. No lo es para un médico, enfermera, trabajador social que se encuentra ante un joven (hombre o mujer) de 16 años solicitando la píldora del día después, por ejemplo.

Quizás un nuevo ars amandi esté surgiendo que puede decir relación a una nueva moral. Pero para una moral nueva hacen falta conceptos y no sólo afirmaciones. En este sentido, quizás vivamos en un engaño: bajo una aparente liberación sexual, se esconde un retraso de educación sexual o, simplemente, a flor de moda, sigue bajo el equívoco de que basta con la buena voluntad y el respeto de “lo que se va produciendo” entre iguales.

Un ars amandi nuevo requiere una cultura sexual nueva, unas ideas distintas. Y eso no suele venir de la moda. Esa educación sexual requiere ser tomada en serio porque se trata de algo que tiene una gran repercusión y, sin duda, es tarea también de los profesionales de la salud y de la intervención social.

Desde luego, no podremos repensar la sexualidad si no cambiamos el código en función del cual reducimos la expresión “relaciones sexuales” a aquellas que comportan la penetración. También en los textos y documentos que intentan hacer valoraciones éticas.

¿Y por qué no, soñar?

Quizá para comenzar a construir es positivo engarzar los deseos de los que aspiramos a empujar esto de humanizar:

Sueño con que los profesionales de la salud y de la intervención social, en las variadas situaciones que encuentran en el ejercicio de su profesión, dediquen también un tiempo a la formación para afrontar saludablemente las dificultades y los problemas.

Sueño con que nuestras mentes estén libres de temor porque sólo entonces este tema ocupará su lugar normal. Se podrá tratar con él y sobre él de manera sencilla –que no simple- y efectiva.

Sueño con que los profesionales de la ayuda integren las actitudes y las habilidades propias del counselling y se ejerciten serenamente en el abordaje se este tipo de situaciones.

Nunca olvidaré aquel profesor que de manera muy incisiva y levantando la voz para darle más calado a su afirmación, no cesaba de decir: “hay que hablar”…de sexualidad.

 

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