Los procesos de aprendizaje son, sin duda, complejos. En los tiempos que corren no estamos apreciando suficientemente el conocimiento cognoscitivo. Incluso lo denostamos porque “todo está en la red”, todo es accesible. Pensamos, quizás inconscientemente, que lo sabemos porque está a nuestro alcance. Y no es así.
De modo que apreciamos más el saber que tiene componente vivencial, emocional, el conocimiento por inmersión, por experiencia. Queda muy bien dicho en público que lo que cuenta es la experiencia, la praxis, como si en ella residiese el verdadero y casi único saber.
Y es cierto: ¡qué buena maestra es la experiencia! ¡Qué buenos maestros son los que acompañan y supervisan en las prácticas, por ejemplo, de las profesiones de las ciencias biomédicas. De particular interés resultan las experiencias con paciente real, pero también con paciente simulado, con actores, con compañeros. Eso sí: con un buen tutor. Pero ¿hay buenos tutores que lo sean sin ser también buenos sabedores de la teoría? ¿Hay buenos maestros torpes en conocimiento?
Yo brindo por el conocimiento que también procede del estudio, de la lectura (¡también de la filosofía!), además de la experiencia (¡reflexionada, claro!). Uno y otro son dos patas del camino de la sabiduría.
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