Perder a un ser querido duele. Separarse de él duele. Es el precio que pagamos por apegarnos a las personas a las que queremos. El duelo pone en nuestra vida una gran verdad. No permite, como otras situaciones, ni la negación total ni el ocultamiento. Reclama, desde la soledad radical que lo caracteriza, una profunda reflexión sobre la limitación de nuestra condición, sobre nuestros vínculos y sobre el valor del instante, que siempre puede ser el último. Reclama elaborar el dolor sanamente.
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