Hay que reconocer que no todas las personas están dispuestas a alinearse con esta propuesta de humanización, de elevado nivel de exigencia ética. Cuidar como lo haría una tierna madre, puede presentar resistencias en quienes no sientan la imagen femenina como referente, ni tampoco la ternura, así como la familiaridad de una madre y el sentido de protección.
Por eso, quizás algunas propuestas humanizadoras y motivadoras para conquistar cotas aceptables de trato digno en relaciones profesionales, podrían apoyarse en la conocida como “regla de plata” de la ética. Se trata de un principio moral general que reza así: “no hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a ti”. Es un principio fácilmente aceptable que encontramos en la sabiduría judía, en el texto bíblico de Tobías (4,15), además de en el Talmud. Adherirse a la regla de plata, como exigencia mínima de la ética, comportaría una motivación, para algunos suficiente, como para evitar los malos tratos de cualquier tipo.
La regla de plata es, en el fondo, similar al juramento hipocrático propio de los galenos: no hacer daño en las relaciones profesionales, con todas las implicaciones que tiene de respeto de intimidad, de modales y contenidos de la relación terapéutica. En ética, lo primero no es respetar la autonomía de las personas, como algunos quisieran decir, sino evitar hacer daño, incluso por omisión o falta de pericia, en todas sus formas.
Pero quizás es más conocida como referente de conducta ética la “regla de oro” principio moral que se formula así: “Trata a los demás como querrías que te trataran a ti”. Su nivel de exigencia parece ser superior. No es solo un reclamo de no hacer daño, sino de hacer positivamente el bien, tanto como cabría esperarse de los demás para con uno mismo.
Kant proponía como principio categórico de la ética, en su primera formulación, en el corolario esto: “obra como si la máxima de tu acción debiera tornarse, por tu voluntad, ley universal de la naturaleza”. Comportarse como si nuestro modo tuviese que ser referente universal, ciertamente, promovería mucho buen trato, motivado no solo por no hacer el mal, no maltratar, sino por la voluntad expresa de universalizar el bien bien hecho.
¿Cuál puede ser la motivación para tratar a los demás como quisiéramos que nos tratasen a nosotros? Quizás un primer nivel de empatía generaría malestar y sufrimiento en quien observa que su conducta hace daño, como por contagio, procedente de la misma activación de las neuronas espejo. Quizás un nivel de empatía compasiva suficiente esté en la base de la motivación que nos lleve a hacer realidad la regla humanizadora de oro.
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