Si seguimos así, va a resultar arcaico pedir perdón. La cultura que estamos construyendo, a base de mensajes de una superficial psicología positiva, puede dejar como herencia, una ausencia de ponderación y discernimiento entre el bien y el mal, lo que ayuda y lo que destruye y hace sufrir de manera evitable.
Casi podemos pensar que pedir perdón es el recuerdo de un pasado en el que las personas ejercían la virtud de la humildad y se identificaban también con la realidad de hacer daño, reconociéndolo y emprendiendo caminos de sanación mediante el perdón y, en su caso, la reconciliación.
Pero, bien considerado, pedir perdón no pasará de moda. Es la actitud más sana cuando se ha ofendido a alguien, por acción o por omisión. Pedir perdón es lo más noble que uno pueda hacer cuando se despide después de un tiempo de trabajar o convivir en un contexto humano cualquiera. Porque, a buen seguro, se ha generado también daño. Ser homenajeado, sí. Recibir cumplidos, regalos y agradecimientos, sí. Pero pedir perdón también. Pedir perdón humaniza.
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