Por mucho que hablemos de la necesidad de humanizar las profesiones biomédicas, hay que reconocer que nada más genuinamente humano que salir al paso personal y profesionalmente de las necesidades de nuestros semejantes enfermos, o en situación de final de vida. ¿Alguien imagina algo más humano? Son la ternura de los pueblos, la expresión de las entrañas compasivas de la humanidad.
Leído en clave creyente, hay que decir que cada profesional de la ayuda es como un lápiz con el que Dios escribe una carta de amor a las personas que sufren. Es la más humana y divina de las respuestas para construir un mundo más humano. Nos hemos de felicitar y reconocer.
Sin duda, nada más contradictorio y paradójico que un profesional de la salud se descarríe por caminos de respuestas irreverentes, que no estén a la altura de la physis humana, de la naturaleza particular de la persona vulnerable. Nada más deshumanizado que los malos tratos en el entorno de la infirmitas y del morir. Humanizar, entonces, es trabajar por encontrar la propia identidad genuina del bien y la nobleza de las profesiones que, de origen, consisten en hacer el bien
VOLVER