También San Ambrosio, en el silgo IV, escribe sobre el recuerdo que renueva el dolor y, a su vez, da sosiego, por la muerte de su hermano: “Me doy cuenta que en el recordar los servicios que me has prestado y constatar tus virtudes, mi ánimo sufre, sin embargo, en mi propia pena encuentro alivio, y estos recuerdos, aunque renuevan mi dolor, sin embargo, me dan sosiego. ¿Podría quizás no pensar en ti o pensar en ti sin llanto? ¿Podre un día no recordarme de un tal hermano o recordarme sin lágrimas de afecto?”
San Agustín, al narrar el sufrimiento por la pérdida de su amigo, escribe en el capítulo IV de sus Confesiones: “Llevaba a cuestas, rota y sangrante, a mi alma, que no soportaba ser llevada por mí y no hallaba dónde ponerla. Ni en el encanto de los bosques, ni en los juegos y canciones, ni en los parajes de suave olor, ni en los festines rebuscados, ni en los deleites de la alcoba y del lecho, ni siquiera en los libros y en la poesía encontraba descanso mi alma.
Todo, hasta la misma luz, me causaba horror, y todo cuanto no era lo que él era, resultaba insoportable y odioso, salvo el gemir y el llorar; que solo en esto hallaba algún ligero reposo”.
Séneca inspiró a Agustín quien escribió fuerte sobre la pérdida de un amigo, hoy difícil de comprender, afirmaba: “¿Esperas consuelos? Recibe reconvención. ¿Con tanto disgusto soportas la muerte de un hijo ¿Qué harías si perdieses a un amigo? Si experimentases el mayor de los males, la pérdida de un amigo”, Epístolas morales a Lucilio.
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