La práctica de la incineración va en aumento. No solo a causa de la pandemia. El mundo simplifica, cambia costumbres, promueve medidas más higiénicas en torno al morir. Y se hace más fácil, más barato. Disminuyen las resistencias procedentes de las creencias porque el mismo Magisterio de la Iglesia no presenta reservas a la incineración. Aumentan los lugares apropiados en los templos, en los cementerios, como columbarios, personalizados o cinerarios comunes.
Pero nunca habría pensado que pudiera suceder lo que me cuentan en un encuentro sobre duelo. La mujer, en duelo, después de meses del fallecimiento, adquirió la costumbre de "sacar a pasear a su marido convertido en cenizas". Como gesto de nuevo vínculo, de homenaje, de consideración, de "dar vida" o de "reforzar la negación". No hubiera imaginado que -entre tanta creatividad y reacción humana- cupiese también esta.
Lo cierto es que no basta con que le prohíban los responsables del cinerario realizar esta práctica. No deja de ser más que un indicador más de necesidad de ayuda en el duelo. Son, como bien sabemos, muchas las prácticas que pueden no ayudar a los dolientes a hacer la primera tarea del duelo: la aceptación de la muerte y de su carácter irreversible. Los Centros de Escucha especializados en acompañamiento en duelo complicado son aún insuficientes, vista la necesidad.
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