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La muerte del remordimiento y del miedo

La conciencia de haber hecho algo malo, haber hecho daño, generando sufrimiento, siendo injusto o deshonesto, faltando el respeto a la dignidad de toda persona, es un bien, por más que genere el incómodo remordimiento y pueda dar paso al miedo al castigo o al miedo que puede ser utilizado por terceros.

Pero nadie puede dudar de la bondad del sentimiento de culpa y de la saludable posibilidad de reconocer el mal, dolerse por el mismo, proponerse cambiar y resarcir al ofendido, a la víctima.

Pareciera como si, en los tiempos que corren aquel concepto de pecado, que reclamaba la solicitud de perdón, la celebración del perdón y la sanación de la culpa por el camino del arrepentimiento y la reparación, hubiera muerto. Como si, hoy por hoy, por arcaico, ser pecador fuera solo ser habilidoso de los procesos, del manejo de técnicas o actitudes que llevan a obtener el mayor beneficio para uno mismo: poder, dinero, bienestar… Como si ya no existiera el pecado, la posibilidad de hacer el mal, con el consecuente remordimiento. ¡Qué pena!

Si hemos dado muerte al concepto de pecado, porque no queremos que se juegue con el miedo culpógeno y deseamos una vida libre, nos hemos equivocado. Y tendremos que resucitar la ética, buscar cómo educar en las virtudes; porque ser honesto, sincero, no robar, no maltratar, no hacer daño, siguen siendo guías de humanización. Formuladas así o de otra forma, como quiera que sea. Necesitamos resucitar la ética.

 

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