Si en otros tiempos, por alguna razón, la figura de la Inmaculada hubiera evocado la bondad de la ausencia de mancha, vinculada esta a la dimensión más humana, más encarnada de María, madre de Jesús, quizás estemos ahora en otro buen momento: el propicio para la mirada humanizadora.
Necesitamos, en efecto, referentes de personas con las manos limpias, libres de toda forma de corrupción, bien dispuestas, acogedoras de proyectos buenos que se encarnen en sus cuerpos, en sus personalidades, en su ser real y carnal aquí y hoy. Necesitamos personas que honren la transparencia, la pureza en las motivaciones y la honestidad en los procesos, en la gestión de la información y de la responsabilidad. Necesitamos personas libres de manchas, en tanto que sanas en los procedimientos en las Organizaciones.
La Inmaculada hoy, quizás es también un desafío a nuestros tiempos: la figura de la hospitalidad comprometida con la causa de la justicia, de la fraternidad universal, de la compasión, de la paz. Quien encarne en sí mismo este valor, festeja la Inmaculada.
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