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Humor y sufrimiento

Kierkegaard otorgó al humor el nivel de categoría existencial, necesaria para alcanzar la plenitud. El humor se produce en situaciones de incongruencia que provocan sufrimiento, por la paradoja entre las aspiraciones humanas y las inevitables limitaciones de la vida. En su teoría de los tres estadios, propone el humor como un confín o territorio límite que permite el salto cualitativo del estadio ético al religioso.

El humor es, para Kierkegaard, un recurso del que se sirve el hombre que ha alcanzado el estadio religioso maduro, para evitar exponerse a la sutil tentación de la arrogancia, al deseo de ser considerado un hombre externamente religioso, pero carente de interioridad, aspecto que criticó duramente de la Iglesia danesa de su tiempo.[1] Para el filósofo danés el individuo religioso es quien, entre todos, es capaz de descubrir lo cómico.

Una posición similar a la de Kierkegaard se aprecia en Charles Chaplin: “gracias al humor vemos lo irracional en lo que parece racional; lo carente de importancia en lo que parece importante… y pone de manifiesto que tras una exageración de la seriedad se esconde lo absurdo”.[2]

La búsqueda del sentido en medio del sufrimiento puede llevar a alcanzar la confianza en Dios, al reconocer la propia finitud y no tomarse tan en serio a sí mismo. En la existencia humana, el humor puede proporcionar el distanciamiento necesario para sobreponerse a cualquier situación, aunque no sea más que por unos segundos.

[1] Kierkegaard, S. Ejercitación del Cristianismo, Trotta, 2009

[2] Kierkegaard, S., La enfermedad mortal: o de la desesperación y el pecado, Sarpe, Madrid 1984.

 

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