En un mes he participado en actividades de formación para la humanización de la asistencia sanitaria en tres países. Me alegra, me conmueve, me gratifica. Llevo más de treinta años intentando investigar, reflexionar, leer, escribir, impartir formación, junto a la dirección de un Centro asistencial para enfermos al final de la vida. Y constato cómo la formación para la humanización es oportuna.
A estas alturas, no basta con invocar la palabra humanizar. Se requiere su fundamentación, el despliegue en distintos ámbitos, la reflexión sobre las estrategias para provocar procesos de atención digna a enfermos y familiares.
En diferentes lugares, encontramos actividades de sensibilización, particularmente en formato congreso. En otros, los directivos cristalizan sus estrategias en propuestas políticas, del más alto nivel. En otros, se preocupan por cómo acreditar y cuáles son los indicadores de humanización. Otros, invertimos en escribir y hacer que las claves de fondo lleguen a diferentes coordenadas del mundo y así puedan permear no solo en hospitales, sino en todo tipo de programas de salud, así como en las Facultades de ciencias biomédicas. Para mí, todo esto es bienvenido.
Una debilidad mayor la tengo hacia los procesos de formación que comprometen durante uno o dos años. Es obvio que, uno o dos años haciendo un posgrado o un máster, compromete personal y profesionalmente. Es mi actividad preferida: dirigir y dar clase en el máster en counselling, en cuidados paliativos, en intervención en duelo… Veo cómo construimos y reclamamos corazones formados para cuidar compasivamente. Y así deseo también yo seguir creciendo.
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