Los filósofos y los Santos Padres se ocuparon también de la amistad: la verdadera. Aristóteles decía que es “un alma en dos cuerpos”, inherente a la naturaleza humana, un bien necesario, valor de valores, educable, siempre ha de ser cuidada con esmero. La amistad persigue diferentes objetivos: la virtud, por honesta; el diálogo, como deleite; y la mutua correspondencia, como complemento.
La relación de amistad, delicia del espíritu, colma el corazón humano por sí misma. Se basa en la confianza, educa en la gratuidad, en la fidelidad, en el amor puro y desinteresado. Quizás por eso es tan apreciada.
La muerte de un amigo, en cierto sentido tabú, a quien se le ha abierto el corazón, con quien se ha dialogado en confianza, aguijonea en la otra “mitad del alma”, en boca de Horacio. Es un padecimiento severo. Duele, como diría Miguel Hernández, “hasta el aliento”.
Cabe esperar un mayor interés por el duelo por un amigo, sin psicologizarlo, llevándolo al justo lugar para comprender el corazón del doliente y ser buena compañía o buen profesional que realiza oportunas relaciones de ayuda.
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