Sí, quiero hacer un elogio de la carne.
Asistimos en este momento a una clara exaltación de lo digital, que hace vivir lo material y carnal en proceso de transformación y quizás de deterioro. Vemos cómo surgen las ofertas de counselling hecho por la IA, novias digitales que se suman a los posibles de la cultura del poliamor, recursos que se ofrecen para el consuelo en el duelo mediante la “recuperación” de la interlocución con los fallecidos (grief-bots), tras la gestión de sus “restos digitales”, etc.
Este contexto puede llevar incluso a mirar al cuerpo como obsoleto, limitante, quizás sucio y maloliente, húmedo y doloroso. Sin darnos cuenta, se puede devaluar el significado de lo físico, lo vulnerable, lo carnal, lo que nos permite la presencia en las mismas coordenadas de tiempo y lugar material (no “lugar digital”).
La contemplación del misterio más profundo del cristianismo: la Encarnación de Dios en el Niño Jesús, nos puede ayudar a humanizar y a dar dignidad a esta forma tangible de ser y relacionarnos: el cuerpo. El Dios cristiano no se queda en las alturas, sino que elige hacerse hombre, compartir nuestra fragilidad y abrazar nuestra humanidad con una ternura infinita.
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