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Mendigos de cariño – El sufrimiento del niño

Autor: José Carlos Bermejo Higuera

Año publicación: 2000

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No puedo quitarme de encima aquella visita a la casa de Barranquilla (Colombia) que acogía a niños abandonados por sus padres, huérfanos a causa de la guerrilla, hijos de enfermos mentales, hijos de la prostitución, abandonados por desplazados... Víctimas de la irracionalidad, de la injusticia, de la locura. Víctimas del desamor. Mendigos de cariño.

No pude evitar repetir aquella visita para compartir el tiempo que me quedaba libre antes del viaje de regreso. Había percibido en ellos un grito que pedía cariño, unas lágrimas que tragaban, un llanto consolado recíprocamente, una alegría insólita por poder abrazar y dejarse abrazar…

Para no contarlo

He tocado el brazo de Marta, lleno de quemaduras fruto de los malos tratos de su madre. He cogido el muñón de Manuel que nunca tuvo mano a causa de la malformación por consumo de droga de su madre. He escuchado los deseos de suicidarse de María, de 5 años, que sueña y revive las escenas que presenció de tortura, violación y asesinato de su padre y de su madre. He escuchado el llanto que impedía dormir a los dos pequeñuelos de 2 y 3 años (¡quién sabe cuál es su nombre!), recién abandonados a la puerta justo unos instantes antes de llegar yo a la casa.

He sentido vergüenza.

He compartido las inquietudes de la hermana responsable de la casa de acogida, hija también de desplazados, con su sobrina a su cargo, igualmente huérfana a causa de la guerrilla y la violencia de los paramilitares. He compartido su angustia y su sentimiento de soledad, su preocupación por lo que será de estos 30 niños cuando crezcan, de sus dificultades para seguir acogiendo a más. “Cada día llaman a la puerta”, me decía.

Y he sentido vergüenza.

He leído el texto del evangelio de Marcos, donde dice: “Jesús tomó a un niño, lo puso en medio de ellos, y abrazándolo les dijo: “el que recibe a uno de estos pequeñuelos en mi nombre, a mí me recibe; y el que me recibe a mí, no es a mí a quien recibe, sino al que me envió”. Me he acordado de aquella canción litúrgica:  “Por los niños que sufren la guerra, por los hombres sin techo ni hogar…”, y parecía que por primera vez las palabras tenían referente real.

Y, una vez más, he sentido vergüenza.

Tanto más  cuando los datos me dicen que cerca de 200 niños y niñas, con uno o los dos brazos amputados sobreviven en Sierra Leona en un gheto de chabolas hechas con plásticos, rechazados porque son símbolo del horror y la violencia que quieren olvidar. Y que 300.000 niños están combatiendo en 30 guerras. Y que en el último decenio unos dos millones de niños han muerto combatiendo. Y que noventa millones de niños y niñas viven en la calle en los países más pobres de la tierra.

Y he sentido vergüenza e indignación ante esta epidemia de vulnerabilidad extrema y sufrimiento prematuro. Y me ha venido a la mente la reflexión que Javier Gafo hace sobre el aborto: “No sólo se aborta cuando se impide el nacimiento de un niño, sino también cuando el proceso de personalización de un ser ya nacido tropieza con dramáticas dificultades en su desarrollo como consecuencia de la pobreza y el subdesarrollo”. Esta afirmación me parece que hace honor a la justicia y que bien podría impregnar la reflexión ética sobre el aborto siempre que las motivaciones son la real defensa de la vida humana y su dignidad.

El sufrimiento del niño

El niño no sólo siente dolor, sino también sufre. Le atribuye, a su manera, un significado a lo que le ocurre. Y ello repercute, como en el adulto, en su mundo vital entero presente y futuro.

Si la enfermedad física en el niño suele producir un retraso a veces en el desarrollo motor, otras en el cognitivo y en el ámbito de la capacidad relacional y social, así como en el desarrollo emocional y afectivo, la experiencia traumática en el seno de la familia en la infancia constituye una fuente de frustración y un caldo de cultivo de patologías de la conducta.

La tendencia a imitar, propia del niño, y la fijación de patrones de conducta, así como la asociación de significados que se producen en la infancia y que perdurarán en la edad adulta, hacen que la educación y el acompañamiento a los niños en su crecimiento, constituyan una verdadera inversión en la tarea de humanización que tenemos todos, especialmente en situaciones de vulnerabilidad añadida.

La comprensión de las elaboraciones cognitivas que el niño suele hacer relacionadas con sentimientos de culpa por lo que ha hecho o sólo pensado o deseado, las interpretaciones que éste hace de cuanto acontece en su entorno, constituye una ardua y necesaria tarea para acompañar a crecer curando el pasado.

La experiencia del sufrimiento y el modo de vivirlo constituye también una oportunidad para crecer y aprender en la escuela de la vida y de las relaciones. Es sabido que la regresión, en el niño enfermo o con problemas afectivos adquiere proporciones más graves que en el adulto y puede dar al traste con adquisiciones preciosas en el proceso evolutivo.

Cómo ayudar al niño

Como en cualquier otra relación de ayuda, uno de los objetivos consiste en permitir a éste que exprese lo que vive para favorecer que integre la realidad. La mentira, el consuelo fácil, producen poco. Y uno de los modos como los niños expresan lo que llevan dentro con particular facilidad es el dibujo.

Recuerdo haber dibujado la pantera rosa (¡me encanta!) con María. La dibujaba yo primero y luego ella. Y dibujamos muchas: en la escuela, comiendo, rezando, en una silla de ruedas, ayudando a otra enferma… Y después cambiamos. Cuando le tocaba a ella, añadió situaciones que a mí se me estaban pasando desapercibidas de su realidad y que para ella eran importantes: la pintó jugando, de la mano de su mamá… Y hace poco me envió una bañándose. Me estaba mandando mensajes de necesidades y deseos muy útiles para la relación de ayuda.

En las últimas Jornadas Nacionales de Humanización de la Salud, una interesante comunicación mostró cómo en la unidad de pediatría de un hospital invitaban a los niños enfermos a dibujar (no sólo escribir) su nombre y a sí mismos, con colores, para poner el dibujo en la puerta de su habitación.  No se dudaba en llamar a esta estrategia “arteterapia”. El dibujo es una representación exterior de la representación mental que el pequeño autor se hace sobre el mundo que le rodea.

Indudablemente no todos los niños reaccionan de la misma manera ni pueden participar de la misma manera en el conocimiento de la realidad y ser protagonistas de ella. Sin embargo, la conocida “doctrina del menor maduro” nos invita a considerar que también el niño –en la medida de su edad y de sus posibilidades (desarrollo cognitivo, especialmente)- ha de participar activamente en la toma de decisiones en torno a lo que le sucede en medio de la enfermedad o de las adversidades de su vida. No se le debe reducir a un paquete a disposición de los adultos que piensan en su bien porque también esto tiene repercusiones sobre él.

Desearía mirar el rostro del Niño en Navidad y no sentir tanta vergüenza. Desearía que el rostro del Niño en Navidad desencadenara la creatividad para la ayuda y los cuidados, para la prevención de la salud integral y el reconocimiento de la dignidad de todo ser humano.

 

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