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Hospitalidad

Autor: José Carlos Bermejo Higuera

Año publicación: 2011

Acoger es un arte. Uno percibe inmediatamente si hay disposición a la acogida en el otro. Como también percibe si molesta, si tiene que hacer un esfuerzo acelerado por acomodarse a las normas del lugar y de las personas que están allí donde llega. Los mensajes suelen ser percibidos de manera clara: “eres bienvenido” o bien “molestas y te tendrás que amoldar”. Aproximación al concepto de hospitalidad La hospitalidad es un valor ético (difícil de definir, por la misma razón), que evoca la apertura a un “nosotros” que genere en las personas la experiencia de que “nada humano me es ajeno”. Evoca realidades próximas como la responsabilidad, la compasión, la solidaridad, la acogida. Lévinas define la hospitalidad como la acogida de aquel diferente a mí.[1] Y la acogida  es una práctica que requiere el reconocimiento de las necesidades del otro, de su dignidad y su diversidad. La acogida puede considerarse como tal cuando el ser humano es tratado como un fin en sí mismo y no es cosificado.[2] Al ejercer la hospitalidad, se invita al otro extraño a formar parte del propio mundo, a abandonar la esfera pública para conocer el terreno de la privacidad. En este sentido, la hospitalidad funciona como punto de intersección entre lo privado y lo público. La acogida hace que el extraño deje de ser extraño y el que acoge se haga con la rica extrañeza de la vida y la considere como oportunidad de aprendizaje.[3] Entre el otro extraño y el huésped nace un vínculo de afecto como consecuencia de la hospitalidad, una relación de ayuda[4] que Laín Entralgo llamará “amistad médica”, que hace al anfitrión más vulnerable y nos llevará por eso a utilizar la metáfora del “sanador herido”[5]. Si la hospitalidad se produce, ambos protagonistas se expresan con libertad y el encuentro resultante altera positivamente la identidad de ambos. Es el actual concepto de holismo, que no solo evoca la atención integral del paciente, sino la consideración de la integralidad del profesional.[6] La hospitalidad puede definirse como “el movimiento extático que realiza el anfitrión con respecto al huésped y que tiene como finalidad la superación de los prejuicios, la recepción y la escucha del otro y la metamorfosis del otro extraño en el tú familiar”.[7] La finalidad de una institución o servicio hospitalario consiste en salir al paso y paliar las formas de vulnerabilidad del ser humano. Se trata de suplir el propio hogar cuando la vulnerabilidad impide estar en él. Por eso, la clave de control de calidad de la hospitalidad sería la pregunta: “¿Te has sentido como en casa?” Y la respuesta debería oscilar en dos enfoques de la pregunta: a nivel de atención personal y a nivel de disponibilidad del espacio.[8] La tradición y fundamentación cristiana de la hospitalidad del sufrimiento La tradición cristiana ha reclamado la acogida evocando textos fundamentales de la Sagrada Escritura que han fundamentado las convicciones de la espiritualidad de grandes personas referentes para la historia de la humanidad. La hospitalidad ha sido, en la tradición bíblica, una ley (contemplada en diferentes códigos), una práctica (ejercida de múltiples maneras), una costumbre (tradición viva), un deber (vivido como imperativo), un valor moral (como horizonte de sentido de la vida de muchas personas).[9] Desde los inicios, la hospitalidad está ligada a normas, pero normas que permiten la humanización de lo que, de otra manera, podrían ser intercambios hostiles o indiferentes. San Pablo, considerándola fundamental, la reclama con esta sentencia: “No olvidéis la hospitalidad” (Heb 13,2). La tradición del Antiguo Testamento es muy rica de relatos en los que la acogida es reclamada como algo fundamental. Piénsese en el famoso texto de Sodoma y Gomorra (Gn 19-1-11). Donde se suele interpretar casi exclusivamente una reprobación de la conducta homosexual, lo que realmente se reprueba es una conducta de hostilidad frente a una esperable de hospitalidad. Es el colmo de una actitud que abusa del extranjero. La tradición cristiana arrastra a muchas personas que atendían y atienden a enfermos “en el nombre del Señor”, y convencidos de que así “atienden al mismo Señor” (Mt 25,31ss). La afirmación de la presencia del Señor en el que sufre es una potente fuente de espiritualidad. Una espiritualidad, obviamente encarnada. En el precioso texto de Mt 25, conocido como el juicio final, podríamos decir que se nos presenta la profecía ética[10] (más que la parábola, en términos de género literario) cuyo contenido fundamental es: “el juicio es hoy”. El hombre tiene que vérselas con el juez celestial cada vez que está delante de su prójimo. Lo que es decisivo realmente es el instante presente, en su vulgaridad aparente. No se citan obras que sean habitualmente consideradas necesarias u obligatorias; se juzga al hombre a propósito de cosas que no está habituado a considerar obligatorias: dar de comer al hambriento, de beber al sediento, visitar al enfermo, etc.[11] Dios no quiere ser servido más que en los hermanos, en aquellos que nada tienen que ofrecer, que simplemente son (Fil 2, 5-11). Dios es reconocido y hospedado en su debilidad histórica. El evangelista, pues, no está hablando de un juicio en tono severo y para el más allá. “La discriminación escatológica que tiene lugar en Mt 25,31-46 sanciona la condición de benditos o malditos que los hombres han adquirido en el presente de su relación interpersonal”.[12] Lo que habitualmente imaginamos como el juicio final casi como si de una audiencia solemne se tratara, en realidad subraya la importancia de la discriminación operada desde ahora en el secreto de los corazones.[13] En último término, es el amor el que determina si los hombres son buenos o malos. Es la misericordia y el amor los que mueve a buscar activamente al necesitado, porque, como dice Gustavo Gutiérrez, “prójimo no sólo es aquel que yo me encuentro en mi camino sino aquel en cuyo camino yo me pongo”.[14] El juicio consiste en la permanente confrontación con la presencia interpelante del prójimo vulnerable y necesitado. El hombre se las ve con el “juez celestial” cada vez que se las ve con el prójimo.[15] Tres claves para la hospitalidad: Camilo de Lelis, patrono de enfermos, enfermeros y hospitales, junto con san Juan de Dios, en el siglo XVI, afirmaba: "En el servicio a los enfermos, mientras las manos realizan su tarea, estén atentos: los ojos a que no falte nada, los oídos a escuchar, la lengua a animar, la mente a entender, el corazón a amar y el espíritu a orar". Para la época –y quizás mucho para hoy-, una buena expresión de ese aspecto de la consideración holística que compromete al que acoge y no solo al hospedado. La acogida de la hospitalidad exige que uno esté atento incesantemente a la meteorología del corazón del otro. La experiencia de sentirse o no acogido está relacionada con diferentes variables y sentidos. Hay una acogida espacial, una acomodación al universo del lenguaje, una acogida en la intimidad del corazón… El espacio que acoge Sí, hay espacios pensados para el que llega, no solo para el que ya estaba. Hay  personas que piensan, al diseñar los espacios, en quien los va a usar, en sus características especiales, en su estado emocional al llegar, en su desorientación inicial. El paciente que ingresa en un Centro y se encuentra una hermosa fotografía del edificio a donde llega, con la palabra “bienvenida/o” en el techo de la sala de espera, pensada para ser vista desde la camilla en la que ingresa al Centro, es acogido de una manera muy particular. Es el criterio de la empatía el que ha de regir la preparación de los espacios. Y no es lo mismo ser recibido en un pasillo donde se entrega información sobre la naturaleza del servicio socio-sanitario al que llega un familiar en situación crítica, que ser recibido en un espacio con algún sofá que inspira simetría en la relación, disposición al diálogo y a la comunicación confortable. En condiciones pensadas a la medida de la persona hospedada, es más fácil reforzar la confianza en que cualquier síntoma que produzca displacer va a ser atendido, tratado, con el deseo de procurar la mayor calidad de vida, experimentada por la eliminación de los sufrimientos evitables. Y es que la persona aparece ante nosotros como un país extranjero que hay que explorar y descubrir. El lenguaje que acoge Si el espacio invita a experimentar que se ha pensado en las necesidades del que llega, la escucha y el lenguaje utilizado muestran si a uno le acomodan o si es uno el que tiene que acomodarse. Un lenguaje comprensible, a la medida del estado emocional en que se está, no especializado o incomprensible por demasiado técnico, es el que transmite acogida. Hay lenguajes que ridiculizan y humillan subrayando la ignorancia del que llega, la inferioridad del que podría, por el contrario, sentir que cada llegada a un lugar nuevo, se convierte en oportunidad de aprendizaje fácil. Ya dice la tan antigua sabiduría recogida en el Eclesiastés: “Duro es esto para el hombre con sentimientos, reproches del casero”. Y como menciona la aleya del Corán, ofrecer algo “con rapidez” (sin demora) revela las ganas y la modestia del anfitrión a la hora de servir a su invitado. El diálogo es, en el fondo, el camino más directo para facilitar la liberación en el crecimiento personal. No habrá palabra oportuna y hospitalaria si no está profundamente arraigada en la gran clave de la hospitalidad, que es la escucha. Sentirse escuchado, comprendido en el mundo de los sentimientos, ser captado en el voltaje emocional con que uno vive, ser visto con el ojo del espíritu, son frutos de la hospitalidad. Entre el anfitrión y el huésped, el juego de miradas revelará la calidad del contacto (visual) que estamos dispuestos a tener, la calidad de la comunicación que pretendemos desplegar en la acogida. El corazón que acoge Sentirse acogido en el corazón tiene que ver con esa experiencia de confort emocional que uno hace cuando experimenta que lo más íntimo es también observado, contemplado, no juzgado y entrañablemente cuidado por el que acoge. Y es que, el corazón también tiene heridas que esperan ser vendadas con las vendas de la mirada, con el suave ungüento del contacto físico, con la palabra y el tono calibrados adecuadamente, con la proximidad generada por todos los sentidos transformados en terapia eficaz para la enfermedad de la exclusión o del sentirse foráneo en el mundo. Poner el corazón en las manos, como dijera san Camilo, significa también transformar y hacer eficaz la intervención educativa. ¿Eficaz? Sí, sin duda. Piénsese, por ejemplo en cuando las personas salimos de una consulta, o cuando somos atendidos por un agente social. Nos adherimos con más facilidad y la adherencia es más perdurable cuando hemos sido “seducidos” por la autoridad del corazón del ayudante. De hecho, las habilidades de persuasión, cuando son adecuadas (cuando no caen en la manipulación ni en la coerción), están en estrecha relación con la autoridad afectiva (confianza) inspirada por el persuasor. Por el contrario, quien sale de ser atendido por un profesional de la ayuda al que ha percibido frío, distante, “sin corazón”, aunque sea éste un excelente profesional en el sentido de su abundancia y precisión de conocimientos y destrezas en el ámbito de su competencia, si no ha sentido ganada su confianza por la vía afectiva, no se adherirá con la misma intensidad ni mantendrá la misma fidelidad a las indicaciones preventivas, terapéuticas o rehabilitadoras. La hospitalidad no se puede imponer por imperativo categórico o legal, sino que se circunscribe a la lógica del corazón. La hospitalidad clínica: Lo que las tradiciones de sabiduría han presentado en términos religiosos o éticos, hoy se tiende a presentar en términos de técnicas para la intervención en clínica. No deja de ser una reducción que empobrece, sobre todo si no hay una antropología de fondo y unas actitudes en las que se apoyen dichas técnicas. La escucha como fundamento La escucha no es un mero accidente o algo irrelevante, sino la condición de posibilidad para comprender al otro. Es la expresión de la recepción propia de la hospitalidad que trasciende el plano de la palabra y del oír y se encarna en todos los sentidos. Escuchar es, más que una técnica, una virtud ética, un hábito que, al cultivarlo, desarrolla a la persona y transforma el entorno. Escuchar es un arte mediante el cual permitimos en Cuidados Paliativos que paciente, familia y compañero de equipo, puedan narrar su mundo. Y narrar es poner sentido a la propia experiencia. Quien narra, mientras busca el sentido en su pasado, lo encuentra al encontrar quien le hospeda incondicionalmente en su corazón. Es la escucha la que nos permite identificar necesidades concretas en el ámbito físico, pero también en el ámbito emocional, relacional y espiritual: conspiración de silencio, mecanismos de defensa, angustia existencial, necesidad de perdón, etc. Escuchar, en este sentido, genera una “extraña familiaridad”[16] entre el profesional y el paciente y su familia, que nos permite constatar permanentemente que “nada humano nos es ajeno”. Los seres humanos disponemos de dos hermosas antenas parabólicas llamadas orejas (patenas me gusta a mí llamarlas), para disponernos a recibir la experiencia única de quien llega. Así, ser escuchado es sentir una entrañable acogida para el mundo más íntimo y personal, ser comprendido en la especificidad de la propia experiencia, hacer experiencia de la terapia de la solidaridad emocional. No se consigue con la frase hecha, por muy cariñosamente que se pronuncie o estudiada y dibujada de sonrisa que esté. El interés de una persona por otra se percibe por la autenticidad de los modos. Es la escucha la herramienta fundamental del counselling[17], la que nos permite acoger las situaciones específicas que piden ser acompañadas sanamente, como la conspiración de silencio, el síndrome del hijo de Bilbao, la claudicación familiar, la codependencia, el burn-out, el duelo anticipado y el pos-mortem[18], etc. El hospedaje de estas y otras situaciones complejas, alivia sufrimiento, aligera la carga, sana corazones. La empatía clínica La empatía es una de las expresiones más claras de la hospitalidad. Por empatía entendemos, por tanto, la capacidad de comprender los pensamientos, emociones, significados, del otro. Pero no basta con comprender al otro si uno no es capaz de transmitírselo. Por consiguiente, como dice Borrell i Carrió, “hay dos momentos inseparables: un primer instante en el que el entrevistador es capaz de interiorizar la situación emocional del paciente y un segundo instante en el que el entrevistador le da a entender al paciente esta comprensión. (¼) El paciente nos juzgará empáticos por lo que le diremos, pero más por lo que observe, pero aún más porque, en efecto seamos comprensivos y tolerantes”[19]. Algunas reflexiones hechas en el campo de la medicina[20] nos ayudan a tomar conciencia de la disposición que todos tenemos para ser empáticos y que se pierde, en parte con la formación de la propia identidad -distinta de la de los demás- y en parte -sobre todo en medicina- por el ambiente de la facultad o el contagio de quien lleva años en la profesión y puede estar quemado, pero puede recuperarse gracias a la formación y al cultivo de las habilidades sociales propias de la empatía.[21] Cada vez más se va matizando el concepto de empatía, subrayando la diferencia con la simpatía, con la que frecuentemente se confunde. El mismo Max Sheler distingue entre simpatía o “compasión en general”, identificación afectiva e identificación vital[22]. Se distingue también entre empatía y simpatía o compasión y entre empatía e intuición. Mientras que la empatía es la capacidad de entrar en la experiencia de otra persona y comprender cogniciones, significados y emociones y transmitir comprensión, la simpatía o compasión es la capacidad de compartir los sentimientos de otro y ser afectado por ellos (experimentándolos también), y la intuición es la capacidad de entender un tema entrando en el otro.[23] Algunos autores consideran que la empatía sea innata, pero otros insisten en que se puede desarrollar, entre los cuales Carkhuff.[24]. El concepto de Truax de “agudeza empática” permite responder a la cuestión distinguiendo, entre aptitud, actitud, dimensión conductual y “flash” empático.[25] Quien es acogido nunca viene con “las manos vacías”. El que pide posada –de cualquier tipo que sea- nos regala la posibilidad de desarrollar nuestra humanidad. Acoger ayuda a crecer al posadero. Escuchar ayuda a humanizarse al que escucha. Mirar bien sana la vista del que mira. Aliviar al prójimo ennoblece al galeno. Cuidar nos hace humanos. Y esta oportunidad la da el huésped que, con su vulnerabilidad, se hace fuerte ante la aparente fuerza del posadero. Somos todos sanadores heridos que, en el encuentro, tenemos la posibilidad de crecer. La hospitalidad del sufrimiento Consideramos el sufrimiento como la “respuesta negativa inducida por el dolor y también por el miedo, la ansiedad, el estrés, la pérdida de objetos afectivos y otros estados psicológicos”. Cassell lo define como  “el estado de malestar inducido por la amenaza de la pérdida de la integridad o desintegración de la persona, con independencia de su causa”. Las personas que padecen dolor declaran con frecuencia que únicamente sufren cuando su origen es desconocido, cuando creen que no puede ser aliviado, cuando su significado es funesto, cuando lo perciben como una amenaza.” Como afirma Bayés, “el dolor se transforma en sufrimiento cuando se teme su prolongación, reaparición o intensificación en el futuro sin posibilidad de control.” Pues bien, la hospitalidad genuina de la persona que sufre, es fármaco en sí misma. La persona es terapia, diría el Dr. Ballint.[26] Chapman y Gravin (1993) definen el sufrimiento como el “estado afectivo, cognitivo y negativo complejo caracterizado por la sensación que experimenta la persona de encontrarse amenazada en su integridad, por su sentimiento de impotencia para hacer frente a esta amenaza y por el agotamiento de los recursos personales y psicosociales que le permitirían afrontarla”. Por tanto, la naturaleza multidimensional del sufrimiento en Cuidados Paliativos requiere un modelo de intervención multifactorial que comprenda medidas farmacológicas, relacionales, psicoterapéuticas, rehabilitadoras, espirituales, de confort espacial, entre otras. Es decir, reclama una hospitalidad personal, no solo un tratamiento farmacológico. Para intervenir proporcionando seguridad, alivio, hospitalidad, los profesionales sanitarios podrían tener en cuenta los elementos propuestos por Bayés[27]: a) Identificar, en cada momento, aquellos síntomas -biológicos, cognitivos o ambientales- que son valorados por el paciente como una amenaza importante, estableciendo su grado de priorización amenazadora desde su punto de vista. b) Compensar, eliminar o atenuar dichos síntomas. Se trata, en gran parte, del clásico control de síntomas paliativo. c) Descubrir y potenciar los propios recursos del enfermo, con el fin de disminuir, eliminar o prevenir su sensación de impotencia e incrementar su percepción de control sobre la situación. d) En el caso de que el estado de ánimo del enfermo presente características ansiosas o depresivas, habrá que utilizar las técnicas específicas adecuadas -farmacológicas y/o psicológicas- para modificarlo o compensarlo. e) Siempre que sea posible, no se tratará solo de eliminar o paliar el sufrimiento sino de aumentar la gama de satisfactores proporcionando, en la medida de lo posible, alegría y gusto por vivir con intensidad el presente. Inteligencia espiritual En estos últimos años, de la mano de varios autores,[28] se está reclamando la atención sobre la inteligencia espiritual, quizás aprovechando el tirón del impacto de la expresión inteligencia emocional[29] introducida por Daniel Goleman y en el marco de la teoría de las diferentes inteligencias múltiples de Gardner. En efecto, la capacidad de silencio, de asombro y admiración, de contemplar y de discernir, de profundidad, de trascender, de conciencia de lo sagrado y de comportamientos virtuosos como el perdón, la gratitud, la humildad o la compasión son elementos propios de lo que entendemos por inteligencia espiritual. Todos estos aspectos reflejan sabiduría del corazón, de ese corazón que tiene razones que a veces la razón no entiende. La formación del corazón constituye un reto universal para humanizar nuestra vida y, de manera muy especial, el acompañamiento al final de la misma. Así también, y sobre todo en el ámbito educativo, se habla de competencia espiritual para referirnos con ella no solo al conocimiento, sino a la capacidad efectiva de desplegar las siguientes cinco tareas en el momento necesario: La conciencia del mundo interior, es decir, la capacidad de hacer conscientemente consciente los procesos interiores, ser capaces de verbalizarlos, conocer el mundo interior, visualizar el propio futuro, etc. La apertura al misterio, es decir, la experiencia de hambre de silencio y soledad, de ver más allá de lo que vemos, de interpretar la profunda insatisfacción personal, de leer el tiempo subjetivo, etc. El reconocimiento de lo sagrado y valioso, es decir, la capacidad de comprender las cuestiones últimas, descubrir los valores (justicia, verdad, dignidad, vida…), generar escalas de valores, renunciar a uno mismo en función de los mismos, responder a los misterios de la vida tales como la belleza, el sufrimiento, la muerte, el amor, etc. La construcción de un sistema de creencias coherentes, es decir, la elaboración de lo que heredamos, de las creencias que todos tenemos, la capacidad de ayudar a identificarlas, tamizarlas, razonarlas, etc. La vinculación afectiva, es decir, el tejido profundo de comunicación verbal y no verbal, la intimidad emocional, las relaciones intensas consigo mismo y con los demás, la implicación emocional en la relación, el uso de los sentimientos como fuente de compromiso, la capacidad de enseñar a vivir rupturas sin destruir a los demás ni a uno mismo, el sentido de pertenencia que genera compromiso ético, etc. En el contexto educativo cristiano, especialmente en los centros confesionales católicos, se está dando hoy una relevancia a este tema, que bien podría alcanzar también los espacios de la salud humanizándolos. Hoy se habla de competencia espiritual con la metáfora de las matriuskas, para evocar diferentes niveles de competencia. La competencia espiritual general sería la dimensión profunda del ser humano, que trasciende las demás dimensiones superficiales y constituye el corazón de una vida humana con sentido, con pasión, con veneración de la realidad y de la Realidad: Competencia espiritual religiosa cristiana: Comporta una propuesta cristiana, unos procesos de pastoral, unas acciones explícitas. Competencia espiritual religiosa: Hecha de habilidades y conocimiento de las diferentes respuestas y aportaciones de las diferentes religiones. Competencia espiritual trascendente: Aquella que reconoce las preguntas y respuestas en la dimensión trascendente, el Misterio. Competencia espiritual: La que identifica y gestiona las preguntas hondas, el compromiso con valores, y la búsqueda de sentido. Y al hablar de la inteligencia y competencia espiritual, somos interpelados, cada vez más, a detectar con rigor las necesidades espirituales de los pacientes al final de la vida con herramientas especializadas, profesionalizando también el acompañamiento en esta dimensión.[30] Somos invitados, al fin y al cabo, a humanizar el acompañamiento trascendiendo lo que nuestros sentidos ven, dando paso a la dimensión trascendente a la que K.G, Dürckheim nos dice que podemos acceder de manera privilegiada por la contemplación de la naturaleza, por el arte, por el culto y por el camino privilegiado, a mi juicio, del encuentro de calidad. Este último podemos cultivarlo especialmente desde la hospitalidad clínica. No hay hospitalidad clínica, en conclusión, en el estilo relacional que se percibe en el siguiente fragmento de diálogo: Una conversación con José El siguiente encuentro tiene lugar en una unidad de Cuidados Paliativos y dura unos minutos. Es por la mañana. José tiene 30 años. Tiene mejor aspecto que los días anteriores, en que presentaba (también ahora en buena medida) aspecto descuidado –además de su delgadez-: le han afeitado la barba y cortado el pelo. Anteriormente no había mantenido ninguna conversación con él porque me había encargado de otros pacientes de la Unidad –escribe la enfermera-. La conversación se produce con ocasión de ponerle la medicación. Su mirada es fría y penetrante y reconozco que eso me incomoda bastante, pues me siento como controlada. Sus expresiones verbales parece que suenan a tono frío, duro, amargo y como resentido. Se encuentra en fase terminal debido a proceso oncológico. E.1¡Hola, buenos días! ¿Qué tal estás? J.1 Mal. ¡Cómo quieres que esté! ¿Qué vas a hacerme? E.2 Tengo que darte un pinchacito. No te dolerá mucho. J.2 Estoy harto de tantos pinchazos. E.3 Ya. Lo entiendo, pero piensa que todo esto es para que te recuperes y te puedas ir a casa. J.3 Me da igual, como si no salgo nunca de aquí... La vida ya no tiene ningún sentido. No pinto nada aquí. E.4 Bueno, José, siempre hay algo por lo que merece la pena luchar y seguir viviendo: la familia, los amigos... J.4 Nadie hace nada por mí. Cada cual va a lo suyo. Les importo una mierda. No quieren saber nada de mí desde hace mucho tiempo (Su rostro afligido muestra una profunda tristeza y sus palabras están cargadas de resentimiento). E.5 Entiendo. Voy a ponerte esta inyección en el brazo. J.5 Estáis todo el día poniéndome cosas. Me he estado fijando en la llave que tengo en el brazo. Por ahí me ponen la medicación en la vena. Si la abro, ¿me desangraré, verdad? E.6 (Horrizada) No. No puedes hacer eso porque en cuanto se deja abierta, el monitor empieza a pitar y todo el mundo acudirá a ver lo que te sucede. J.6 Ya. Aquí no dejan de sonar las dichosas máquinas. E.7 Tengo que irme. Luego, si quieres, seguimos hablando. Hay, en cambio, clara hospitalidad clínica, en lo referente a la comunicación, en el fragmento de diálogo siguiente[31]: Pedro, de 71 años, es un paciente oncológico de la Unidad de CCPP; ha ingresado hace una semana porque, debido a la progresión de su enfermedad, necesita cada vez más cuidados. La evolución esperada es que el deterioro funcional, y por tanto la dependencia, vaya en aumento. Vive con su mujer, su cuidadora principal, que también tiene algunos problemas de salud. La enfermera ha comentado con el médico de planta, hoy de guardia, que Pedro ha manifestado su deseo de volver a casa; con su mujer. El médico no quiere dejar pasar por alto este tema y busca hablar con Pedro. Lo encuentra en la sala de televisión; está solo. A.1 Hola Pedro, ¿qué tal, cómo se encuentra? (con voz tranquila y media sonrisa, mirándole a los ojos, tratando de transmitir serenidad). B.1 Pues no muy bien. He dormido mal, me he dormido casi al amanecer. (Habla bajo, con cierto esfuerzo). A.2 (Asintiendo con la cabeza) Sí, esta mañana pasé a verlo a la habitación y vi que estaba muy dormido y por eso le dejé… Así que ha dormido mal… B.2 Sí, mal. (Se le saltan las lágrimas. Pausa. Luego empieza a sollozar abiertamente). Mal, me quiero ir a morir a mi casa. Yo quería morir en mi casa… A.3 (Largo silencio. Le pongo la mano en el antebrazo y hago una pequeña presión afectuosa). Pedro, ¿no se siente a gusto aquí?... B.3 No, no es eso; aquí me tratan muy bien, pero yo me quiero ir a mi casa A.4 Entiendo… Echa de menos su casa, ¿verdad? B.4 (Asiente. Deja de sollozar). Sí mucho. Yo estoy mal. Me duele mucho atrás, tengo el mal en los riñones y hasta he perdido fuerza en este brazo, (señala el brazo que le tengo cogido) y en las piernas… (Pausa. Gesto de llanto de nuevo y como hablando para sí). Mi casa… con la ilusión con que la hice… A.5 (Cojo su mano entre las mías) Echa de menos estar en casa, con su mujer, ¿verdad? B.5 Mucho, mucho… (Pausa, se va serenando), aunque ella viene todos los días ¿eh? Todos los días, luego, a media tarde… Ha sido una mujer muy trabajadora. ¡Y tantos años juntos! (con más energía). A.6 Veo que se siente orgulloso de su mujer. B.6 ¡Y tanto! ¿Sabe lo que ha trabajado ella también? Llevaba una pollería, que también era nuestra, y la casa, y los hijos… A.7 ¿Cuántos hijos tienen, Pedro? B.7 Hemos criado dos, un varón que trabaja mucho y bien, con una nieta de 8 años, que me alegra la vida cuando viene (se le ilumina la cara, pausa). Luego está la hija, que es psicóloga. Esa está soltera, pero tiene piso propio, gana bien y nos echa una manilla, ya sabe… (Asiento con la cabeza) Nosotros ya estamos jubilados los dos, y la pensión baja… pero nos íbamos arreglando, total… si no fuera por eso… (Vuelve a sollozar, le pongo la mano en el hombro, en silencio. Pausa) Mi hija está tratando de arreglarnos los papeles para eso del domicilio… A.8 ¿Para la ayuda a domicilio? B.8 Eso, para ver si así me podría ir a casa… (Se queda pensativo) A.9 Pedro, usted lleva con nosotros una semana, ¿recuerda por qué hubo que ingresarle? B.9 Sí, me trajeron porque mi mujer ya no podía cuidarme ella sola en casa, pero quizá con ayuda podría volver… A.10 Pedro, queda claro que a usted le gustaría estar en casa, pero parece que su mujer no puede cuidarle ella sola como le atendemos aquí, ¿ha hablado de esto con su mujer y con sus hijos? B.10 Sí, ella dice que lo que yo diga pero los hijos dicen que estoy mejor aquí. Es que, digo yo, que si mejorara algo de las piernas… Llevo pocos días aquí, pero parece que las noto algo mejor. (Con cierto tono de esperanza) Y como estoy comiendo bien… (En ese momento viene una auxiliar a decirnos que Pedro tiene la bandeja con su comida preparada.  A.11 Parece que volver a casa tendría algunos inconvenientes. ¿Qué le parece si esperamos unos días para ver la evolución que tiene y volvemos a hablar? ¿quiere ir a comer? B.11 Sí, sí, que el apetito no me falta, gracias a Dios. (El me da las gracias por todo). Termino con palabras de De Hennezel y Leloup, que dice: “Pertenezcamos o no a una religión, la preparación para acompañar a las personas que finalizan su vida debiera tomar en consideración la dimensión espiritual del ser humano. No sólo no debiéramos avergonzarnos, sino que deberíamos saber que hay ahí una eficacia de otro orden, la eficacia del corazón”.[32]
[1] Cfr. DERRIDA J., Adiós a Emmanuel Lévinas. Palabra de acogida, Trotta, Madrid 1998.
[2] GAFO J., 10 palabras clave en bioética, Verbo Divino, Estella 1994, p. 14. Cfr. BERMEJO J.C., Qué es humanizar la salud, San Pablo, Madrid 20103.
[3] Cfr. INNERARITY D., Etica de la hospitalidad, Península, Barcelona 2001, p. 13.
[4] Cfr. BERMEJO J.C., Apuntes de relación de ayuda, Sal Terrae, Santander, 201011.
[5] Cfr. BERMEJO J.C., Resiliencia, PPC, Madrid 2011, p. 77.
[6] Cfr. BERMEJO J.C., Acompañamiento espiritual en cuidados paliativos, Sal Terrae, Santander 2009.
[7] TORRALBA F.,  Sobre la hospitalidad. Extraños y vulnerables como tú, PPC Madrid 2003, p. 87.
[8] Cfr. TORRALBA F.,  Sobre la hospitalidad. Extraños y vulnerables como tú, PPC Madrid 2003, p. 27.
[9] Cfr. TORRALBA F., No olvidéis la hospitalidad (Heb 13,2). Una exploración teológica, PPC, Madrid 2004, p. 8.
[10] BONNARD P., Evangelio según S. Mateo, Cristiandad, Madrid 19832, pp. 544-549.
[11] MCKENZIE J.L. Comentario bíblico S. Jerónimo, Tomo III, Cristiandad, Madrid 1972, pp. 276-277.
[12] RUIZ DE LA PEÑA J.L., La otra dimensión, Sal Terrae, Madrid, 19802, p. 134.
[13] LÉON DUFOUR X., Vocabulario de teología bíblica, Herder, Barcelona 1977, p. 458.
[14] GUTIÉRREZ G., Teología de la liberación, Perspectivas, Salamanca 1972, p. 257.
[15] CAFARENA G., La entraña humanista del cristianismo, Desclée De Brouwer, Bilbao 1984, pp. 153-168.
[16] INNERARITY D., Ética de la hospitalidad, Península, Barcelona 2001, p. 141.
[17] Cfr. BERMEJO J.C., Introducción al counselling, Sal Terrae, Santander 2011.
[18] Cfr. BERMEJO J.C., Estoy en duelo, PPC, Madrid 201011, BERMEJO J.C., SANTAMARIA C., El duelo. Luces en la oscuridad. Pautas para sobrellevar el dolor tras la muerte de un ser querido, La Esfera, Madrid 2011.
[19] BORRELL I CARRIÓ F., Manual de entrevista clínica, Harcourt Brace, Madrid 19984, p. 12.
[20] Cf. GARCÍA-CAMPAYO J., y otros, La empatía, quintaesencia del arte de la medicina, en "Medicina clínica", 1995 (105), p. 27-40.
[21] Cfr. BERMEJO J.C., VILLACIEROS M., CARABIAS R., et al., Efecto de un curso relacional sobre elección de respuesta espontánea y respuesta empática en alumnos de medicina, en Med. Pal.,  2010 17:5; p 262.
[22] Cfr. STEIN E., L’empatia, Franco Angeli, Milán 19994, 68.
[23] BERGER D.M., L’empatia clinica, Astrolabio, Roma 1989, 13.
[24] Cf. FORTUNA F., TIBERIO A., Il mondo dell’empatia, Franco Angeli, Milán 1999, 26
[25] Cf. BERMEJO J.C., CARABIAS R., Relación de ayuda y enfermería, Sal Terrae, Santander 1999, 48-50.
[26] Cfr. BALINT M. et al., La capacitación psicológica del médico, Gedisa, Barcelona 1984.
[27] Estas indicaciones, así como las diferentes definiciones de sufrimiento, las recoge: BAYÉS R., “Sufrimiento y final de la vida”, en: ARRANZ P., BARBERO J., BARRETO P., Intervención emocional en cuidados paliativos. Modelo y protocolos, Ariel, Barcelona 2003.
[28] Cfr. ZOHAR D., MARSHALL I., Inteligencia espiritual, Plaza & Janés, Barcelona 1997; VÁZQUEZ J.L., La inteligencia espiritual o el sentido de lo sagrado, Desclée de Brouwer, Bilbao 2010.
[29] Cfr. BERMEJO J.C., Inteligencia emocional Sal Terrae, Santander 20105.
[30] Cfr. BENITO E., BARBERO J., PAYÁS A., El acompañamiento espiritual en cuidados paliativos, SECPAL, Madrid 2008.
[31] BERMEJO J.C., Acompañamiento espiritual en cuidados paliativos, Sal Terrae, Santander 2009.
[32] M. De Hennezel, J. Y. Leloup, El arte de morir. Tradiciones religiosas y espiritualidad humanista frente a la muerte, Helios, Barcelona 1998, p. 38
 

 

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