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Eso no, por favor

Autor: José Carlos Bermejo Higuera

Año publicación: 2009

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De humanización y de relación de ayuda hablamos, cada vez más en todo el mundo. Y pensamos en muchos ámbitos, desde el más genérico hasta el más concreto. Y de relaciones humanas en salud insistimos en paradigmas de relación entre adultos, inspirados en modernas psicologías humanistas y nuevos paradigmas bioéticos. Y, mientras tanto, nos olvidamos de lo elemental, que puede ser el sentido común.

No hace mucho me ha tocado –como a cualquiera- acompañar a varios pacientes próximos en su ingreso en el hospital. Ochenta años, setenta y cuatro, como la mayoría de los pacientes de muchos servicios de la mayor parte de nuestros hospitales. Alta tecnología, naturalmente, cantidad de acciones formativas anunciadas en los paneles de los profesionales, como es debido y…

El sentido común

Y sin embargo, cuando el paciente tenía necesidad de hacer de vientre, la mecánica de todos los turnos era: le ponemos pañales, se lo hace encima y cuando toque “la ronda” se lo quitamos. Pacientes no incontinentes, pacientes que podían hacerlo solos en el cuarto de baño, con la simple ayuda para llegar al mismo.

¿Mucho trabajo? Es posible. Pero no. No lo justifica. Ni tampoco es esa la causa. En realidad, la escena, tan sencilla, es repetida en cantidad de hospitales de nuestro país, en cantidad de servicios, públicos y privados. Así lo he verificado. Son las “órdenes” de los auxiliares ante las que, a veces, los enfermeros o el supervisor se sienten impotentes o “tiran la toalla” por la intensidad de la resistencia al sentido común y por otras causas que dificultan el liderazgo de los recursos humanos.

El término sentido común,  según la enciclopedia, describe las creencias o proposiciones que parecen, para la mayoría de la gente, como prudentes, siendo esta prudencia dependiente de unos valores de conciencia compartidos que, permiten dar forma a una familia, clan, pueblo y/o nación. Y, yo me pregunto: ¿nos parece a los españoles que es de “sentido común” invitar a los pacientes a hacer sus necesidades en los pañales cuando pueden hacerlo en el baño? ¿Responde a algún tipo de prudencia que dependa de algunos valores? Estoy convencido de que no. Algo falla.

Es posible pensar que esta práctica –más difundida de lo que pudiera parecer-, se da sólo con pacientes con una cierta edad, con algunos límites añadidos, de manera que se minimiza el impacto psicológico que esto pueda tener sobre ellos. Pero inmediatamente nos hemos de preguntar: ¿Disminuye el pudor con la edad?, ¿no sería éste un paradigma etaísta de discriminación?, ¿se justifica por la limitación de tiempo de los profesionales?

Bioeticistas, filósofos, médicos y más

Cada vez más estamos asistiendo, afortunadamente, a la reflexión sobre el significado de la humanización. Somos conscientes del peligro de que la despersonalización y el desarrollo tecnológico se conviertan en un cóctel maleficente para quien busca salud o trabaja en espacios que quieren generar salud o ayudar a recuperarla.

Se vislumbra en todos los espacios el riesgo de reificar, cosificar, simplificar las realidades de lo humano. Pero en realidad, el carácter humano del objeto de la labor de todos los profesionales de la salud no tiene por qué suponer una limitación. Antes bien, contar con un objeto de estudio, cuidado y atención, dotado de autoconciencia y de capacidad de comunicación casi siempre resulta una ventaja maravillosa, que abre nuevas perspectivas.

Los enfermos – dice Callahan- presentan sus malestares y lesiones al cuidador como personas; esto es lo que experimentan subjetivamente de forma más directa y lo que suele motivarles a buscar alivio. Se presentan a sí mismos como individuos, y son precisamente esos individuos los que deben constituir el punto de partida de la cura y los cuidados.

 La individualidad del paciente ha alcanzado su máxima expresión en el conocido “principio de autonomía”. Frente a una visión patriarcal en el que la decisión corresponde exclusivamente al médico, se ha reivindicado la libertad del paciente para elegir en aquellas cuestiones que involucren su propio sistema de valores. “Velar por nuestra salud nos confronta con alternativas que tienen que ver con nuestro propio destino. La lucha por la salud nos obliga a cargar con la responsabilidad propia de los agentes morales", afirma Engelhardt.

El escenario más habitual en el que se desarrolla la práctica sanitaria es la relación de dos individuos que entran en contacto: el profesional y el enfermo. Esto permite simplificar el siempre resbaladizo y a veces hueco concepto de “consenso entre distintas partes”. Esta relación constituye un aspecto nuclear de la disciplina sanitaria que ha permanecido invariante desde sus mismos albores.

Diego Gracia ha escrito que humanizar "exige unas ciertas condiciones básicas, que si no se poseen pueden generar lo contrario de lo que se van buscando, es decir, generar procesos de deshumanización". Es decir, para humanizar la práctica sanitaria, el profesional debe actuar como ser humano, con la característica de autonomía que le es propia, y que se relaciona con otro ser humano, con la misma característica.

Son consideraciones éstas que profesionales sanitarios, filósofos y bioeticistas estamos haciendo en estos últimos años para contribuir a la humanización superando el paradigma paternalista imperante en la tradición sanitaria.

Ahora bien, ¿de qué sirven todas estas consideraciones que me dan ganas de calificar de “alta alcurnia”, cuando al paciente se le obliga a hacer sus necesidades en el pañal pudiendo ir al baño?

No son cuestiones menores

Pudiera pensarse que éstas son cosas menores, mientras que la bioética se ocupa de asuntos mayores, de alta intensidad y complejidad. Pues es que no. El respeto de la autonomía del paciente empieza por ahí, por lo fundamental, por entablar un diálogo sobre lo que a éste le interesa.

Como afirma Mark A. Siegler, "Desde los tiempos antiguos, el encuentro entre el curador y el paciente ha constituido el principal medio por el que la medicina logra sus objetivos. Esta continuidad extraordinaria tiene su raigambre en el hecho de que la medicina responde a una necesidad humana universal e invariable: ayudar a los pacientes. Es más, la mayor parte de la ayuda médica se proporciona en el encuentro directo entre paciente y médico".

Y al decir médico, estamos hablando de la relación profesional de la salud – paciente, no exclusivamente el galeno. En efecto, la herramienta que permite la comunicación entre el profesional y el paciente es el diálogo.

El diálogo es el vehículo a través del cual se pondrán en juego los valores del enfermo. De ahí que no sea suficiente que el profesional tenga presente que existe una pluralidad de valores y perciba la complejidad de la relación. Es necesario también el desarrollo de habilidades específicas: de comunicación, de relación de ayuda, de counselling... y de sentido común. Esta relación en los cuidados no consiste simplemente en manifestar preocupación y disposición a hablar con el paciente. Comprende también la capacidad para hablar y escuchar de un modo capaz de captar el impacto emocional que cada cosa que hacemos tiene sobre el paciente, el influjo que puede ejercer en la salud global de la persona. También de los pañales.

Para caer en la cuenta del rango de estas consideraciones, aterrizadas en el punto de mira del pañal (y en él simbolizados tantos cuidados), basta que le toque a uno mismo sufrir semejante desatino. Tenemos tarea para seguir trabajando por la humanización.

 

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