Artículos

Enamorarse inoportunamente

Autor: José Carlos Bermejo Higuera

Año publicación: 2000

Descargar

Pilar se sentía mal con su pareja. Tenía problemas de relación, mucha distancia, ausencia de pasión, rutina, falta de diálogo, desacuerdo en la educación de su hija… Un sinfín de motivos que la hacían sufrir. Me contó de cómo, al desahogarse con un compañero de trabajo, el jefe de servicio,  (también éste comprometido), terminó enamorándose de él. Ahora está hecha un lío, porque su jefe le comprende y le ayuda, pero tiene a su pareja estable y con dos, parece que la cosa no resulta muy fácil.

Todo el mundo –digo yo- se ha enamorado alguna vez. Y seguro que habrá sido para bien. La cosa habrá terminado en la formación de una pareja o en la ruptura porque la relación no ha cuajado. Pero no todos los enamoramientos son sanos. Algunos se producen dentro del ámbito terapéutico y complican bastante la vida. Los expertos hablan de relaciones transferenciales.

¿Amor o idealización?

Cuando la hija de Freud, Ana, constató que uno de sus pacientes se había enamorado de ella, fue objeto de especial atención la dinámica subyacente y su influjo en el proceso terapéutico.

En realidad, se habla de transferencia cuando una persona reacciona ante otra como si ésta fuera una tercera, experimentando (transfiriendo) hacia ella sentimientos, expectativas y comportamientos que no le son propios, sino que tienen más que ver con una relación vivida en el pasado (con el padre, la madre, la pareja, etc.). Así, cuando Pilar se ha enamorado de la persona que le pretendía ayudar, puede estar transfiriendo inconscientemente sobre ella sentimientos que no le corresponden como tal ayudante, sino como la imagen que tuvo de su pareja anterior en los momentos en que algunas características coincidían con la naturaleza de la relación actual: atracción, comprensión recíproca, acogida, etc.

Recientemente, en el ejercicio de mi rol de ayudante (en el Centro de Escucha y otros ámbitos), he tenido la oportunidad de encontrarme con diferentes personas cuyo problema actual era el haberse “colgado” de otros ayudantes, hasta el punto de que el problema inicial que les había llevado a pedir ayuda había quedado en un segundo plano y el más gordo ahora era el difícil manejo de los sentimientos de atracción y deseo de posesión del confidente.

En efecto, no es difícil encontrarse con el paciente que se relaciona con su enfermera como si ésta fuera su nieta, o su hija; o el médico con la enfermera como si ésta fuera su criada; o el fiel con el sacerdote como si éste fuera el padre que ha de dictar normas; o cualquiera en situación de dificultad con su ayudante como si éste fuera su pareja, experimentando sentimientos, alimentando expectativas y teniendo comportamientos impropios al rol del ayudante y, por tanto, faltos de autenticidad. Normalmente, tales situaciones se producen no demasiado conscientemente ni inducidas por alguno de las dos personas de la relación.

El fenómeno de la transferencia no es tan sencillo como hasta aquí queda descrito. Hay, en efecto, una transferencia positiva y una negativa (proyección de sentimientos de rechazo u hostilidad), como hay posibilidad de utilizar tal fenómeno como recurso terapéutico (se dice que transferencia la hay siempre y hay que utilizarla bien), o puede convertirse en un verdadero embrollo que complica las relaciones de ayuda y las priva de autenticidad. Lo cierto es que, la falta de autenticidad en la relación y el surgir de una situación intensa emocionalmente en medio de otro problema, hace que las cosas se compliquen.

Cuando el sentimiento es de atracción, enamoramiento o deseo de posesión, no es infrecuente que el ayudado idealice las cualidades del ayudante que, al compartir su dificultad, constata no encontrarlas en sus relaciones habituales y admirarlas (quizás idealizando) en el ayudante.

Cómo manejar la transferencia

Alguno podría decir que el enamoramiento de Pilar de la persona a la que pidió ayuda puede constituir también un elemento positivo en el conjunto de su experiencia vital. Sin embargo, la experiencia nos dice que en medio de la fragilidad y en contexto terapéutico, este hecho ha de ser afrontado con mucha delicadeza y respeto, pero también con coraje. La factura emocional que pasa el no afrontar este fenómeno a tiempo suele ser más alta que el valor de salir al paso progresivamente de las dificultades que pueden surgir en la relación de ayuda.

Quizás la primera pista sea la de prevenir. Toda persona que ayuda a otra –en las profesiones sanitarias, en la acción social, en el trabajo en equipo o en las relaciones habituales- ha de ser auténtica en el rol que desempeña. Sería muy triste, por otra parte, no implicarse y acercarse afectivamente por miedo a no saber mantenerse en el propio rol, por miedo a perder los papeles.

En segundo lugar, no tener miedo a la proximidad, pero tampoco al decir no cuando dicha proximidad genera expectativas desproporcionadas. Un terapeuta que ceda a expectativas de enamoramiento, alimente sentimientos intensos de deseo y de posesión, genera una situación de difícil manejo para ambos.

Por otra parte, cuando este fenómeno se produce, con la sencillez y el coraje necesario en toda relación de ayuda, lo propio es analizar lo que hay detrás. Quizás sea el mismo ayudante quien está induciendo sentimientos y expectativas desproporcionadas o satisfaciendo necesidades y carencias afectivas propias. En este caso, se empezaría a hablar de constrotransferencia y lo propio es invertir energía en la aclaración explícita entre las personas afectadas de cuanto sucede en la relación que quiere ser de ayuda, pero se ve tintada de otras dinámicas.

A veces, lo que procede es que el ayudante se haga ayudar por otra persona. Trabajar en equipo puede permitir solicitar otros puntos de vista, acudir a los compañeros para leer la naturaleza de la relación en el ámbito de la ayuda. Quizás una confrontación externa pueda ser un buen modo de dejarse ayudar el ayudante.

Y no hay que excluir aquellas situaciones en las que, en el intento de ayudar, habiéndose complicado la relación por enamoramiento (u otro tipo de relación transferencial), no queda más remedio que derivar al ayudado a otro terapeuta para evitar males mayores o un sufrimiento añadido al que la persona tenía cuando pidió ayuda.

Pilar, que se ha enamorado de su ayudante, lo tiene difícil. Pero lo tiene difícil también su ayudante. Quizás un tercero pueda ayudar a ambos, o a cada uno por separado. En todo caso, negar que la relación de ayuda también se constituye en problema en algunas ocasiones donde falta autenticidad, es el camino de un sufrimiento añadido y evitable.

Si amar es emigrar hacia la persona amada, cuando este camino es huida y refugio de las propias dificultades, más que un ir hacia el otro saliendo de sí, y este camino se produce en el ámbito de la relación de ayuda, suele constituirse en un problema al que prestar atención esmerada, libre de la tendencia a moralizar y atenta a la importancia de todo sentimiento que nos habita.

 

VOLVER