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El milagro de la escucha

Autor: José Carlos Bermejo Higuera

Año publicación: 2007

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“Hacemos talleres de escucha. Cuando me preguntan ¿qué es la escucha?, yo respondo: el fuego, la rueda y la escucha. Uno de los inventos más importantes que el hombre ha hecho para cambiar el mundo haciendo milagros. Tiene tanto poder que sólo se descubre haciendo experiencia de ella: da igual que sea escuchando que sintiéndose escuchado”.

Yo mismo me asusto al transcribir estas palabras que el otro día me decía Marta, una mujer que, después de haber hecho ella talleres de escucha como alumna con profesores de nuestro Centro de Humanización de la Salud, se ha convertido ella misma en profesora de profesores. No sé si la escucha es realmente un invento del hombre o una capacidad que aún no hemos descubierto en toda su potencialidad, pero estoy de acuerdo con ella: hace milagros.

Digno de admiración

Eso quiere decir, en primera instancia, algo milagroso: algo digno de ser admirado. Pues yo puedo dar fe de cuanto he recogido en pocos días acerca del beneficio de la escucha. He admirado con gusto las maravillas realizadas por un grupo de personas que realizan talleres titulados “el descenso al pozo” para simbolizar lo que hacen con la escucha y las personas a las que ayudan: entrar en su pozo interior, en su corazón herido.

He constatado que efectivamente es un milagro el proceso seguido por esa joven anoréxica que había recorrido todos los expertos de la ciudad durante cinco años. Marta le ha regalado horas de escucha y relata el milagro del vaciamiento interior, de liberación del sufrimiento que la oprimía: joven de 30 años, inteligente, hermosa, artista con los dedos al piano, pero con su historia de abuso sexual por parte de su padre durante años. Necesitada, sobre todo, del milagro de la escucha, de la acogida que reconstruye a la persona, de la proximidad que genera, de la complicidad que refuerza, de la relación sana que cura.

Digno de admiración el efecto de aquella tarde en la que, hablando con una mujer, después de constatar que sufría mucho y no terminaba de producirse el desahogo, duró el silencio hasta una hora. Una hora en silencio en un despacho del centro de asesoría familiar, con Marta. Una hora interminable en la que aquella mujer entrañable, Marta, profesora de talleres de escucha, rezaba secretamente pidiendo ayuda para quien no hablaba, pero sin romper el silencio. Y este se rompió: no tenía hijos y lo deseaba, en el seno de su matrimonio. Y se sentía culpable de no tenerlos. Finalmente, tras esa hora de silencio que quiero imaginar interminable, explotó: había abortado hacía años y sentía que Dios la estaba castigando. La disposición de la escucha produjo una liberación tan trabajosa que se diría que retiró de sobre sí el peso de una verdadera losa.

Digno de admiración el efecto de la escucha a aquel muchacho que fracasaba tanto en el colegio. “¿Tú sabes lo que le pasa a un albañil cuando se cae del andamio?”, preguntó Marta. “Que se puede romper la espina”, dijo el niño. “¿Y a ti cuándo se te rompió la espina?”, le dijo esta mujer que hace milagros “entrando en pozos con la escucha”. “Cuando se separaron mis padres”, contestó el muchacho para empezar a narrar una larga historia de sufrimiento. Un milagro más que generó un cambio radical en el rendimiento en el aula.

Estas personas, me cuenta Marta, estaban muertas y han resucitado. No duda en decirlo con estas palabras. Con la escucha y sus momentos mágicos se producen estas resurrecciones maravillosas. Yo creo en ellas.

Qué tiene la escucha

“Es uno de los inventos capaces de transformar la humanidad”, decía Marta al iniciar la sesión de clausura de uno de esos magníficos talleres. Uno de los inventos tan potentes como el fuego y la rueda. Y estaba tan convencida como yo.

La escucha tiene el poder de sacar a la luz la vida que enterramos en las tinieblas del miedo a ser juzgados. La escucha libera de la soledad emocional en la que nos morimos cuando no somos capaces de compartir lo que atenaza nuestro corazón. La escucha ilumina los oscuros senderos que hemos construido con nuestros pensamientos irracionales, dando con ellos alimento a los sentimientos que tanto nos hacen sufrir secretamente. La escucha ensancha los pulmones a quien se ahogaba en su propia respiración contenida. La escucha relaja los músculos de la rigidez de lógicas que no nos dan paz en el alma.

La escucha es esa linterna que permite iluminar la piedra en la que se puede caer o en la que se ha caído y se quiere retirar del camino. La escucha es ese ungüento que alivia las durezas generadas con el tiempo en zonas no acariciadas. La escucha es ese aceite que engrasa el mecanismo de la relación cuando se siente vergüenza por la propia historia. La escucha es ese pincel que vuelve a dar color al cuadro de la propia vida que se había vuelto blanco y negro. La escucha es esa varita que da el toque de magia entre dos personas que son capaces de encontrarse íntimamente y generar salud.

Quien escucha regala la propia persona al otro, su interés por él sin condiciones. Quien escucha acaricia y reconoce la dignidad de quien tiene ante sí. Quien escucha juega con todos los sentidos alrededor de una vida ya escrita, deseada de ser leída y aventurada a continuar escribiéndose. Quien escucha se mete en el hermoso lío de encontrarse de verdad con los demás y… consigo mismo reflejado.

La escucha es un arte

Hemos de reconstruir la comunicación entre las personas y reconquistar su poder terapéutico. Demasiadas relaciones, profesionales y no, están caracterizadas por el silencio invadido de tecnología y de palabras e imágenes de otros. No de ese silencio que es el camino que se ha de recorrer hacia cualquier cosa significativa, sino del silencio necio que desconoce que el auténtico es el camino hacia la sabiduría, el camino hacia la escucha.

Con la palabra, el hombre supera a los animales, pero con el silencio se supera a sí mismo si así entra en contacto consigo mismo y con los demás. La escucha es el arte de abstenerse de demostrar con las palabras que no se tiene nada que decir. Es el arte de cargar de acogida de la experiencia ajena, personal y misteriosa, sobre las espaldas del auténtico interés.

La escucha es el arte de ejercer la humildad en relación al propio criterio o percepción del otro, la posibilidad de descubrir algo nuevo, de poner luz en algo tenebroso, de nacer o renacer en el otro, para el que podemos volver al ser o empezar a ser alguien. Me uno a aquella expresión tan fuerte de Carl Rogers: “Si un ser humano te escucha, estás salvado como persona”. Me uno a Marta que me cuenta de tanta gente de la que dice que, gracias a haberla escuchado, “estaba muerta y ha resucitado”. Y una vez más me uno también a Zenón de Elea: “Recordad que la naturaleza nos ha dado dos oídos y una sola boca para enseñarnos que más vale oír que hablar”.

 

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