Así andamos, con miedos a los aerosoles y los contactos, con distancias y sospechas de que nuestro próximo sea el vector que nos convierta en víctimas del enemigo temido. Con abrazos racionados o en abstinencia total.
Nada bueno para el equilibrio afectivo. La piel del prójimo, el contacto, la caricia, la intimidad, nos hace bien, permite vivir no solo la pasión erótica, sino la ternura de quien consuela, la suavidad de quien transmite blandura, buenos deseos, ternura como clave relacional.
Es cierto que con la mirada podemos hacer mucho, que se ha visto reforzada, asomada sobre las mascarillas, con todo su potencial. Pero hemos de recuperar ese saludable contacto que, más allá del codo cubierto, nos permita darnos la mano, acariciarnos, besarnos, con todo ese poder humanizador que tiene la proximidad física y la experiencia de la textura de la piel que puede vehicular lo mejor de nuestro corazón.
¡Qué ganas de sentir más corazón en las manos! Además de como metáfora, literalmente. La confianza está puesta en la búsqueda del equilibro para hacer lo correcto para la salud y la humanización. Andamos faltos de abrazos.
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