Año publicación: 2007
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Cuando en mi entorno laboral hablo de mi deseo de contar con voluntarios, frecuentemente me encuentro con la reserva, espontáneamente presentada, sobre la fragilidad de este rol o personaje en la organización o con la sospecha de que esté buscando mano de obra barata para ahorrar trabajadores. Sin embargo, creo que el valor añadido de la acción voluntaria constituye un bien para cualquier entorno, además de representar un deber ético de nuestra condición humana. Y, si me paro a pensar, también yo –por más trabajo que crea que tengo e incluso pluriempleo- soy voluntario en diferentes organizaciones y, como es obvio, siento cómo esto transforma mi persona.
Menos claro quizá puede estar el significado profundo de ser voluntario. Yo lo veo especialmente allí donde las personas se ayudan sin dar nada materialmente visible –aparte del tiempo-; dándose, es decir, ofreciendo la propia persona para realizar procesos de ayuda mediante la relación interpersonal.
No es una modaEn los últimos años parece que estamos asistiendo a un particular interés por el tema del voluntariado. No es en absoluto un tema nuevo. Desde siempre la humanidad ha estado atenta a las injusticias que se producen en su seno y se ha preocupado por la asistencia a los débiles también desde el movimiento solidario voluntario.
En diferentes contextos estamos encontrando incentivos a la generación de grupos de voluntarios, e incluso legislación en torno a la misma u obligación a desarrollar programas tendentes a la integración de personas en situación de vulnerabilidad, marginación o exclusión, con personas voluntarias. Y sucede esto en lugares y países donde el problema del paro puede ser incluso importante.
Cabe preguntarse sobre el verdadero sentido del voluntariado y su función en una sociedad como la nuestra. No falta quien ha reflexionado sobre el tema, así como no faltan quienes promueven el voluntariado sin una visión clara de su significado, de su naturaleza, de sus funciones, de su organización, e incluso de la legislación actual al respecto.
Reflexionar sobre el voluntariado requiere estar atentos a los posibles disfraces de la verdadera solidaridad, a las posibles falsas motivaciones en la promoción del mismo, a la posible búsqueda del mero placer de ser voluntario por los sentimientos que produce de apagamiento de la angustia que genera la conciencia del sufrimiento ajeno y de la injusticia. Reflexionar sobre el voluntariado supone superar la tentación de una fácil búsqueda de logros o fines sin cuestionarse sobre la validez de los medios. ....
De la escisión a la inclusiónEn la actualidad es necesario, como subraya García Roca, dar un paso adelante en el proceso histórico del movimiento voluntario, hacia una lógica de la inclusión y no de la escisión. Según este autor, "el voluntario tradicional ha sido víctima de las grandes escisiones producidas por la modernidad cultural: la fractura entre la razón y el sentimiento, entre el interés y la gratuidad, entre la teoría y la práctica, entre el deber y el amor, entre la organización y la espontaneidad... Como otras instituciones sociales, también el voluntariado tomó partido por uno de los dos términos de cada par, concretamente por el sentimiento, la gratuidad, la práctica, el amor, la espontaneidad...; de este modo, creció dentro de una intensa polarización que le obligó a construir su propia lógica de espaldas y en contraposición al otro término, abandonando así grandes conquistas sociales: la razón, el interés, la teoría, el deber y la organización caían de la otra parte. El voluntario podía vivir un intenso sentimiento altruista sin preocuparse demasiado de si era o no acorde con la racionalidad; le bastaba con el amor, aunque éste se ejerciera en menoscabo de los derechos; apostaba por la espontaneidad, con menosprecio evidente de la cultura de la organización, elegía la acción concreta, sin preocupación alguna por la globalidad.
Mientras que el voluntariado tradicional se asentó en uno de los escenarios creados por la escisión de la modernidad, el voluntariado actual acepta como uno de los mayores desafíos recrear su propia lógica más allá de la escisión y la polarización. Renuncia a tener que elegir entre la razón y el sentimiento y, en su lugar, intenta poner sentimiento en la razón y razón en los sentimientos; renuncia a tener que elegir entre interés y gratuidad y, en su lugar, desarrolla esa zona en la que el máximo interés humano es la gratuidad, y ésta sólo se enraíza en la condición humana si se descubre como interés propio. Quedan lejos los tiempos en que, frente a la intervención personal, la acción voluntaria se comprendía en términos de competencia y de preparación; el voluntariado ni siquiera está obligado ya a defender la espontaneidad de la voluntad frente a lo organizativo.
Esta transición constituye la principal tarea de las organizaciones voluntarias que quieran asumir los retos culturales. Como toda transición, se está realizando a través de un proceso de maduración que afecta a las motivaciones personales, a su condición política, a los referentes culturales y a su estatuto organizativo. El paso de una lógica de la escisión a una lógica de la inclusión caracteriza la apuesta cultural del voluntariado de nuestro tiempo. Quizás tendríamos que hablar de la razón solidariamente sentiente, en palabras de Moratalla y tal como desarrollábamos recientemente en el libro “bioética y acción social”.
La solidaridad como encuentroEntendemos una clave del voluntariado es pensarlo teniendo como telón de fondo la clave de la solidaridad como encuentro y el voluntariado como expresión de la solidaridad.
John Sobrino nos ha recordado que, siguiendo el consejo de Kant, no sólo hay que despertar del sueño dogmático para atrevernos a pensar por nosotros mismos, sino que en el momento actual es preciso despertar de otro sueño, el sueño de la cruel inhumanidad en la que vivimos como sin darnos cuenta, con el fin de pensar la verdad de las cosas tal y como son, y así, actuar de otro modo. La solidaridad como encuentro, en efecto, significa, en primer lugar, la experiencia de encontrarse con el mundo del dolor y de la injusticia y no quedarse indiferente; y, en segundo lugar, significa tener la suficiente capacidad para pensar, es decir, para analizar lo más objetivamente posible la realidad de inhumanidad y de injusticia en que vivimos, sin que el peso de ese análisis nos desborde. Y vivir de modo que la solidaridad constituya un pilar básico en el proyecto de vida de quien se tenga a sí mismo por solidario.
La conciencia de la responsabilidad que nace de la convicción de la respuesta personal es insustituible ante el mal ajeno, nos mueve a la compasión bien entendida.
El voluntariado constituye la expresión de la solidaridad que tiene como empeño movilizar a la sociedad civil, no como estrategia política frente al Estado o al mercado, sino como modo de enriquecer el potencial ético de los grupos y personas que forman la sociedad. Ante todo, somos miembros de esta sociedad civil, dice Adela Cortina, "que alcanza desde la familia, la amistad o la vecindad, la Iglesia, las cooperativas o los movimientos sociales, a todo aquel espacio de asociación humana sin coerción y al conjunto de la trama de relaciones que llenan ese espacio."
El voluntario es, ante todo, un experto en humanidad. Es ahí donde radica su fuerza. La fuerza del voluntariado sigue estando en el superávit de humanidad y en la plusvalía del factor humano. La riqueza de humanidad es un compromiso con las capas débiles y los sujetos frágiles, que finalmente configura la propia personalidad.
Como observó Marx, quien tiene la cualidad de la humanidad mira, siente, ama y sueña de otra manera. La riqueza de humanidad transforma y cualifica la propia sensibilidad personal: no mira para poseer, sino para compartir la mirada; y, en lugar de creer que el individualismo posesivo es la última palabra, piensa que sólo la sociedad cooperativa, convivencial, accesible y participativa es digna de ser deseada.
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