La salud más que la mera asistencia sanitaria. Es lo que hay que humanizar, lo que pide ser vivido en el respeto de la dignidad y la consideración integral de la persona en su enfermedad, en su sufrir y morir. Pero, si por algún límite del ser humano no logramos superar la reducción biologicista a la que hemos llegado en materia de salud, al menos, tratémonos bien, humanamente.
Centrarse en la persona, no solo en la enfermedad, disponerse en la empatía que nace de la genuina compasión ante el débil, crear las condiciones dignas de respeto por los derechos de los enfermos, personas con discapacitad, frágiles enfermos, es cuestión de mínimos: primum non nocere.
Que humanizar no es solo enarbolar la bandera del reconocimiento de la autonomía individual en las relaciones profesionales. Puede que nos estemos pasando, en particular, si olvidamos que antes que respetar las decisiones del enfermo en las relaciones profesionales, tenemos mínimos exigibles: no hacer daño, ser justos. Apuesto porque el deseo de ser beneficentes en las relaciones profesionales de salud, nos lleve a reinventar la alianza terapéutica en términos de confianza. En todas las direcciones: confianza.
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