¡Qué miedo tienen algunas personas a hablar de sinodalidad en la Iglesia! Preferían tener solo la tarea de transmitir la verdad, descongelarla para usarla y seguir conservándola congelada.
Sinodalidad, en cambio, es compromiso de caminar juntos. Es el desafío, sobre todo, de vivir en clave de escucha, en disposición al cambio, a acoger y gestionar la tensión, reconociendo que vivir en relación, en grupo, requiere dar autoridad al diálogo, a la riqueza de los carismas, a los distintos modos de ver.
La relacionalidad es específica de la naturaleza humana. Lo es también de la Iglesia y, en ese contexto, reconocemos más fácilmente la interdependencia de unos y de otros, por encima de los servicios (ministerios) que cada uno esté llamado o vocacionado a prestar. ¡Qué hermoso sería que este acento sobre la sinodalidad, diera como resultado más personas apasionadas por el saber bíblico, pastoral, antropológico, para humanizar, desde el Evangelio! Empezando por dentro, por la misma Iglesia: humanizar las estructuras, las actitudes, los procesos, los ritos, las palabras. Sí: ¡humanizarlo todo!
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